Tres caminos, tres miradas sobre la ciencia argentina

Un investigador principal, uno independiente y un becario doctoral reflexionan sobre su carrera e imaginan cómo serán los próximos años en el campo de la investigación.


El bioquímico cordobés Gabriel Rabinovich fue uno de los galardonados con el Diploma al Mérito “Premio Konex 2013: Ciencia y Tecnología” y el elegido por sus colegas para dar las palabras de agradecimiento.

Investigador Principal del CONICET y vicedirector del Instituto de Biología y Medicina Experimental (IBYME, CONICET-FIBYME), identificó hace veinte años en el contexto del sistema inmunológico una molécula llamada galectina-1 (Gal-1), que tiene un rol importante en enfermedades autoinmunes, inflamatorias y cáncer.

Gabriel Rabinovich
Gabriel Rabinovich

Desde el inicio de su carrera en la investigación hasta la fecha, ¿le parece que se modificó el lugar que ocupa la ciencia para el país?

A mi parecer lo más importante que sucedió en estos últimos años fue una jerarquización de la actividad de los científicos por parte de la sociedad. A futuro, creo que los desafíos pasan por involucrarse aún más en los problemas sociales y regionales y tornar la ciencia aún más competitiva para romper los paradigmas de la investigación universal, es decir volar aún más alto. A mi entender, otro desafío que tienen nuestros gobernantes es generar políticas científicas que perduren y se mantengan con los años.

¿Cuál cree que son los mayores aportes de su investigación a la ciencia?

Nuestro trabajo nos ha permitido identificar un nuevo mecanismo a través del cual una familia de proteínas llamadas galectinas modula en forma negativa o positiva la respuesta inmunológica. Observamos que los tumores, a medida que se hacen más invasivos, producen mayores niveles de galectina-1, un miembro de esta familia de proteínas, para escapar a la respuesta inmunológica y promover la formación de vasos sanguíneos (angiogénesis). Recientemente observamos que la inhibición de galectina-1 utilizando un anticuerpo monoclonal específico bloquea el crecimiento de tumores y la formación de metástasis, estimula la respuesta inmune anti-tumoral e impide la generación de nuevos vasos sanguíneos en el microambiente tumoral. De esta forma, se reduce la expansión del tumor y su diseminación, fenómeno conocido como metástasis.

¿Y en las patologías autoinmunes?

Por otro lado observamos que el aumento en la expresión de galectina-1 durante el pico de estas enfermedades, como esclerosis múltiple, artritis reumatoidea y uveítis, promueve la resolución de la respuesta inflamatoria. Estos estudios permiten sentar las bases de un nuevo paradigma donde la interacción entre lectinas endógenas –es decir, producidas por el organismo– y glicanos de superficie –que son moléculas de azúcar que recubren las células– restaura la homeostasis inmunológica y regula la respuesta inflamatoria en microambientes inflamatorios y tumorales.

Dentro de los resultados de sus investigaciones, ¿cuáles considera de mayor relevancia y por qué?

En primera instancia, diría que el más importante fue la identificación de galectina-1 como un nuevo mecanismo por el cual los tumores evaden la respuesta inmunológica. Luego, el rol de estas moléculas y sus receptores celulares específicos para resolver la respuesta inflamatoria en fenómenos autoinmunes, como por ejemplo la esclerosis múltiple. También encontramos que la Gal-1 promueve la tolerancia fetal, lo que activa una cascada de eventos inmunosupresores en las primeras etapas del embarazo y permite su continuidad.

¿Se pueden traducir estos resultados en el desarrollo de potenciales tratamientos?

En la actualidad estamos trabajando en el desarrollo de herramientas terapéuticas capaces de interrumpir la interacción entre galectina-1 y sus glicanos para potenciar la respuesta inmune antitumoral y bloquear fenómenos de angiogénesis. Los primeros resultados muestran que el bloqueo de estos mecanismos permite suprimir el crecimiento del tumor e inhibir la angiogénesis en animales de experimentación.


Entrevista a Rolando González-José, investigador independiente del CONICET, doctor en Biología de la Universidad de Barcelona y vicedirector del Centro Nacional Patagónico (CENPAT) en Puerto Madryn, Chubut.

En el año 2003 recibió el Premio Extraordinario a la mejor Tesis Doctoral en la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona.

Rolando González-José
Rolando González-José

¿En qué área trabaja actualmente y qué estudia?

Soy un bioantropólogo enfocado en la variabilidad biológica de las poblaciones mestizas de Latinoamérica. En el marco de un consorcio internacional estudiamos el genoma de la población de las grandes ciudades latinoamericanas e intentamos buscar la base genética de rasgos de interés biomédico y forense. En este momento trabajamos en lanzar una plataforma de muestreo multicéntrico en la Argentina, que compile información valiosa acerca de los genomas, la historia de la población y su propensión a padecer determinadas enfermedades. El contar con una plataforma de muestreo permanente es clave para desarrollar políticas a largo plazo en el tratamiento de enfermedades de interés para el país.

¿Qué significa para usted ser un científico del CONICET?

Muchas cosas. Es un orgullo y un honor porque el CONICET cuenta con una historia rica y está distribuido en toda la extensión del país. Además porque es una institución preocupada por su propia democracia y transparencia, donde existe el doble desafío de aplicar las políticas en ciencia y tecnología emanadas del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, y al mismo tiempo hacerlo buscando la excelencia científica. Pero también significa un desafío, pues sin dudas es un organismo dinámico que debe atravesar cambios fundamentales para la proyección a futuro del sistema científico tecnológico.

Desde sus inicios como biólogo ¿Se modificó el lugar que ocupa la ciencia para el país?

Desde 2003 en adelante la ciencia en la Argentina ha dado un giro copernicano. Mi caso particular sirve como modelo: fui un exiliado económico, hice mi doctorado en el exterior y volví como repatriado en el 2004. Hoy soy investigador independiente, y veo una masa de jóvenes becarios que realizan su doctorado con la seguridad de un estipendio justo, y en el seno de una institución que hace esfuerzos tangibles por articularse con el mundo productivo en particular y con la sociedad en general. Esto no es un reconocimiento “bobo” al científico, ni un “relato”, sino una política de Estado a largo plazo que considero fundamental. El tejido de recursos humanos dedicados a la ciencia, lo que conocemos como Grupos de Investigación, estaba desarticulado, desarmado, emigrado. Hoy lo tenemos de nuevo funcionando.

¿Qué desafíos le parece que enfrentará la ciencia argentina en los próximos diez años?

¡Unos cuantos! Uno que me preocupa particularmente es que aprendamos a hacer Síntesis, con S mayúscula. Cualquier científico sabe que hoy en día tomamos más datos de los que humanamente podemos analizar. Además, esas tomas de datos suelen estar encasilladas dentro de las “disciplinas”: el enfrascamiento de las Academias aún prima por sobre su integración. Argentina necesita estructuras o centros de síntesis específicamente diseñados para lidiar contra eso, y capaces de responder las grandes preguntas de la sociedad. Pensemos en “retiros espirituales” donde 15 o 20 científicos de disciplinas ultradispares se sienten a pensar en una Gran Pregunta, y tengan a su disposición todas las bases de datos que requieran. Hay que incubar el pensamiento lateral, los brainstorming de calidad, y cierto desparpajo intelectual para aproximarse a los datos desde lugares diferentes.

¿Cómo ve esa ciencia futura?

A la ciencia futura la veo apasionante, sin dudas, con los que hoy son jóvenes científicos pisando fuerte como líderes de sus grupos. Pero no exenta de riesgos: me inquieta ver partidos políticos que no explicitan sus programas electorales en materia de Ciencia y Tecnología. Hay que recordarles la máxima de Bernardo Houssay: “Los países ricos lo son porque dedican dinero al desarrollo científico-tecnológico, y los países pobres lo siguen siendo porque no lo hacen. La ciencia no es cara, cara es la ignorancia”.


A sus veintiocho años Leandro Arístide es licenciado en Biología de la Universidad de Buenos Aires y becario doctoral del CONICET. A comienzos de 2013 se integró a la División Antropología de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata, bajo la dirección de Iván Pérez, antropólogo e investigador adjunto del CONICET.

Leandro Arístide
Leandro Arístide

¿En qué área trabaja actualmente y qué estudia?

Soy biólogo en la División Antropología del Museo de La Plata y me dedico a la rama llamada antropología biológica, un híbrido entre ambas disciplinas. Particularmente trabajamos en evolución morfológica, y mi tema de tesis doctoral es sobre la diversificación evolutiva de los primates –monos– sudamericanos. Específicamente, estudio los cambios en la morfología del cráneo entre alrededor de 120 especies de este grupo de mamíferos a lo largo de unos 35 millones de años, tratando de entender el patrón y las posibles causas de esas variaciones evolutivas.

¿Cómo nació su vocación científica?

Es difícil precisarlo, pero ya de chico me fascinaban los animales, particularmente los dinosaurios (como a muchos chicos) y la naturaleza en general. Recuerdo que una de mis salidas favoritas era ir al Museo de Ciencias Naturales. Luego eso quedó un poco relegado pero decidí que quería estudiar biología aunque sin estar muy convencido porque mi hermano, también biólogo, en ese momento estaba estudiando y lo veía constantemente en casa leyendo y eso me espantaba un poco. Pero ya en la primera materia de la carrera quedé fascinado y convencidísimo de que la cosa iba por ahí. Luego lentamente me acordé de todo lo que hacía de chico y que apuntaba inevitablemente en esta dirección.

¿Cómo describiría al sistema científico nacional hoy desde su lugar de becario del CONICET?

Este es mi primer año como becario y mi pura y exclusiva experiencia ha sido muy positiva. Todo ha funcionado relativamente bien y se nota que se trabaja por mejorar las cosas. Por ejemplo, en breve nos estamos mudando a un nuevo edificio donde vamos a tener más espacio para todos. En definitiva, percibo que las cosas mejoran y eso en los laboratorios y pasillos se traduce en una atmósfera más optimista, lo que supongo deviene en mejores resultados. De todas formas, hay diversas cuestiones del “mundo becario” en las que se debería seguir trabajando.

¿Qué desafíos le parece que enfrentará la ciencia argentina en los próximos diez años?

Por un lado, lo principal es que se mantenga la decisión de invertir en ciencia y que exista una política científica a largo plazo, independiente del signo político del gobierno. Creo que en la Argentina la discusión sobre si se debe o no invertir en ciencia no está saldada y hay sectores neoliberales con cierta posibilidad de acceso al poder que consideran que el país sólo debe producir granos y productos primarios, sectores competitivos por naturaleza, en vez de apuntar a una industrialización con valor agregado. En ese esquema la inversión en ciencia es vista como un desperdicio de recursos, lo hemos vivido en los años 90, por ejemplo. Esto me lleva a pensar que el futuro de la ciencia argentina dependerá del futuro político. Así como se avanzó durante 10 o 12 años, se podría retroceder, y aunque creo que lo que pueda pasar es incierto, soy optimista.

¿Y el otro?

Hay otros desafíos que tienen que ver con seguir incrementando el presupuesto, agrandar el sistema científico nacional y continuar creando espacios de formación y crecimiento profesional para los investigadores y becarios, más allá de la vía académica. A la vez hay que fortalecer la vinculación con toda la sociedad, además de con las empresas. Hay infinidad de problemas sociales concretos que el sistema científico puede ayudar a resolver. Creo que es un tema que necesita una política activa que puede y debe sostenerse en el futuro.

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