La determinación de los lugares precisos en el horizonte por donde sale (o se pone) el Sol en distintos momentos del año permite establecer un calendario solar. Es lo que hicieron hace unos 2300 años los pobladores de la costa sudamericana del Pacífico al norte de Lima.
La astronomía de horizonte es una forma tradicional de observación que registra el movimiento cíclico de los cuerpos celestes y la intersección de su trayectoria con el horizonte visible. Por ejemplo, si se observa desde un punto fijo cada mañana la salida (o puesta) del Sol en un horizonte con elementos distintivos –naturales o de origen humano–, se observará que la posición en que eso sucede se va corriendo día a día. Si se toma nota de esa posición en determinada fecha con referencia a tales elementos distintivos, se podrá constatar que, por la naturaleza cíclica del movimiento solar, ella se repite allí dos veces cada año. Ese principio elemental constituye la base de los calendarios de horizonte.
Las crónicas de la época de la conquista hispana del Imperio inca revelan que existieron en él prácticas rituales de un culto solar basadas en determinadas creencias cosmológicas. Hasta donde se sabe, en las sociedades precolombinas, como en muchas otras, existía marcado interés por el movimiento de los cuerpos celestes, cuya determinación les permitía, además, establecer de modo preciso su calendario. Por otro lado, para algunos arqueólogos e historiadores, el culto solar cementaba el orden político y la legítima autoridad del Inca, apoyado en el mito del origen divino del fundador de la dinastía, Manco Cápac, hijo de Inti, el dios Sol. El mito está relatado en los Comentarios reales de los Incas del Inca Garcilaso de la Vega (1609).
Varios cronistas describieron los pilares del Sol, grandes bloques de piedra ubicados de manera conspicua en el horizonte visible desde el Cuzco, la capital inca. Los arqueólogos presumen que la coincidencia del Sol con ellos marcaba el tiempo de tareas como siembra o cosecha, lo mismo que otras prácticas estacionales. Pero nada queda de estos pilares, pues el paso de los siglos los borró sin dejar rastro.
¿Fueron realmente los incas los primeros en emplear ese sistema calendárico o lo tuvieron antes culturas que ellos dominaron? Como para contestar esa pregunta debemos remontarnos más atrás en el tiempo que el alcance de los relatos de los cronistas, solo podemos apoyarnos en el registro material que estudia la arqueología.
Desde hace algunos años se ha ido conformando un área de investigación llamada astronomía de la cultura, una suerte de astronomía antropológica que estudia las concepciones del cielo que se forjaron los seres humanos de muy diversas culturas. Constituye un paraguas conceptual que abarca toda investigación que vincula a la astronomía con las ciencias sociales y humanas, e incluye disciplinas como la arqueoastronomía, la etnoastronomía y la historia de la astronomía.
La arqueoastronomía investiga, precisamente, qué se deduce de los restos materiales de los pueblos del pasado sobre sus prácticas y conocimientos astronómicos, lo mismo que sobre el papel desempeñado en sus culturas por los fenómenos celestes.
En este contexto es interesante el sitio arqueológico de Chanquillo o Chankillo, en el que existen unas estructuras que, según desde donde se las mire, marcan la posición de salida y puesta del Sol a lo largo del año, y revelan una refinada capacidad de observación solar por parte de culturas presentes en la costa del actual Perú entre el siglo IV antes de nuestra era y el inicio de esta. El arqueólogo Iván Ghezzi, de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y el matemático y astrofísico Clive Ruggles, de la Universidad de Leicester en el Reino Unido, investigaron y publicaron extensamente sobre ese sitio, que también fue el tema de la tesis doctoral del primero.
Chanquillo es un antiguo centro ceremonial y administrativo situado a unos 320km al norte de Lima y unos 15km del mar, en el departamento de Ancash. Consiste en múltiples construcciones desplegadas en casi 4km2, que incluyen una estructura de 300m de largo en forma de tres anillos concéntricos que los arqueólogos denominaron la Fortaleza y pudo haber sido un templo fortificado. A una distancia de aproximadamente 1km hacia el sureste de ella, sobre una suave lomada, se encuentran trece pilares construidos en piedra de entre 2 y 6m de altura, separados uno de otro por unos 5m, que recibieron el nombre de las Trece Torres. Están dispuestas en una hilera orientada de norte a sur y, miradas desde un par de construcciones emplazadas al este y al oeste de ellas, las torres se presentan como una sucesión de protuberancias en el horizonte, desplegadas en una extensión que abarca, con una muy buena aproximación, todo el arco de los sitios de salida y puesta del Sol a lo largo del año. Los arqueoastrónomos piensan que las Trece Torres proporcionan evidencias de una antigua práctica de observaciones solares y, posiblemente, de un culto solar preincaico.
El plano muestra la disposición general del conjunto. A ambos lados de las torres (letra A) se ubican construcciones que fueron excavadas por los arqueólogos. A unos 250m al oeste de las torres se encuentra un grupo de recintos que incluyen un corredor de 40m de largo y 2,5m de ancho (letra C), con su eje en sentido noroeste-sureste y muros de más de 2m de altura. Desde el extremo sureste del corredor se puede apreciar, sin obstáculos, el perfil recortado contra el cielo de la colina sobre la que estaban las Trece Torres. Las excavaciones en dicho extremo del corredor, llamado el punto de observación oeste, revelaron una abundancia de ofrendas rituales de cerámica, moluscos y otros materiales. De esto los arqueoastrónomos infieren que el mencionado punto tenía una función ritual vinculada con alguna ceremonia coincidente con la aparición del Sol por encima de las torres.
Algo similar ocurre con el lado este de las torres, donde los arqueólogos definieron el punto de observación este (letra B), situado a aproximadamente a la misma distancia que el otro. Ambos puntos de observación, además, se encuentran casi exactamente sobre una línea este-oeste y tienen la misma elevación. Vista desde esos puntos de observación, vale la afirmación anterior sobre la coincidencia de la extensión de las torres en el horizonte con la de las posiciones de la salida y puesta del Sol durante el año. Este hecho indica convincentemente a los arqueoastrónomos que el propósito de las torres era la observación solar.
La salida y la puesta del Sol en el solsticio de verano austral, en diciembre, se ven sobre la cima de la Torre 13, la que está en el extremo sur de la hilera; con medio año de diferencia, en el solsticio de invierno austral, en junio, estos eventos suceden apenas unos metros al norte de la Torre 1, la que está en el extremo norte de la hilera. En los equinoccios el Sol sale y se pone aproximadamente por la parte central de la hilera de torres. Como se deduce, el Sol pasa dos veces por año por cada punto del arco de horizonte definido por las torres. A la luz de estas constataciones, en especial la coincidencia del arco que definen las torres en el horizonte –si se las mira desde cualquiera de los dos puntos de observación– con el abanico de posiciones de salida y puesta del Sol a lo largo del año, parece bastante acertada la interpretación de Ghezzi y Ruggles de las torres de Chanquillo como un observatorio solar que permitió establecer un calendario empírico.
Es más. El hecho de que las torres permitan observar, de manera clara, las posiciones de salida y puesta del Sol durante los solsticios, fechas cuya importancia en muchas culturas antiguas se ha comprobado, más el esfuerzo de construir una estructura de tamaño monumental (cada pilar tiene aproximadamente unos 500m3 de piedra traída de lejos) y hacerla visible a la distancia, hicieron dudar a los mencionados investigadores de que su único propósito haya sido de tipo práctico, es decir, regular actividades agrícolas u otras a lo largo del año. En consecuencia, tendieron más bien a pensar que también tenían fines de índole política y social, y que eran sede de ceremonias de un culto solar en el que la astronomía desempeñó un papel de suma importancia. Las torres mismas, por último, podrían haber sido precursoras distantes de los pilares incas de observación solar, que datan de entre unos diez y quince siglos después y fueron mencionados en las crónicas de la conquista.