Consecuencias de la agricultura familiar sobre los recursos naturales: tensiones entre el discurso y la realidad

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La agricultura familiar suele presentarse como una alternativa a la producción agropecuaria intensiva en capital y tecnología. Sin embargo, el impacto relativo de una y otra sobre los recursos naturales es tema de fuerte debate en la actualidad.

La pequeña agricultura familiar es un sector distribuido a lo largo de todo el territorio argentino y muy heterogéneo en términos de producción, de las características de las familias y de los ambientes involucrados. Se la puede encontrar con actividades ganaderas en zonas áridas y semiáridas desde la puna hasta la Patagonia. Pero también en regiones muy contrastantes, con producciones intensivas y muy diversificadas asociadas a regiones húmedas y selváticas en Misiones, bosques de los Andes patagónicos, en los valles irrigados calchaquíes o cuyanos, en el Alto Valle del río Negro o en los cordones periurbanos de los grandes conglomerados del país.

De todas maneras, son los pequeños productores con base ganadera (con matices y diferencias zonales) los de mayor distribución espacial en el territorio argentino y sobre los que tratará este artículo. Su distribución se extiende a lo largo de la selva misionera, los esteros formoseños y mesopotámicos, la gran región chaqueña, los llanos riojanos y las serranías cordobesas, y los extensos y heterogéneos territorios puneños, cuyanos y patagónicos. Una de las características más relevantes en muchas de estas zonas es la íntima relación que tienen las comunidades rurales con los recursos naturales y el ambiente, en tanto constituyen su principal medio de vida.

Las familias que viven en estos ámbitos rurales dependen directamente de la provisión que hace la naturaleza de ‘servicios’ como el agua potable, la leña como principal fuente de calor, la madera para la construcción de viviendas, o diferentes especies vegetales para usos medicinales y como alimento. En este contexto, la actividad agropecuaria adquiere también relevancia como fuente de provisión de alimentos y abrigo, y como base de su economía doméstica. Pero la relación con la naturaleza también se refleja en otros aspectos culturales vinculados a su conocimiento del ambiente. Estos conocimientos involucran la mitología y otras señales o indicadores, que han evolucionado durante generaciones y que forman parte de sus prácticas de manejo, y la cosmovisión que tienen del mundo y de su realidad.

Esta relación tan cercana e íntima con la naturaleza contrasta en general con el estilo de vida ‘moderno’ que propone la residencia en áreas urbanas, principalmente en las grandes ciudades, más desconectadas del ambiente natural. En este contexto, algunas inquietudes frecuentes en ámbitos académicos y políticos buscan indagar acerca de cuál es el impacto de la pequeña agricultura familiar sobre los recursos naturales y el ambiente, y si difiere del impacto de otro tipo de producciones agropecuarias. Si bien la temática es compleja debido a las diferentes perspectivas que debieran tenerse en cuenta para responder acabadamente estas inquietudes, se presentará a continuación una breve descripción de dos posturas contrastantes que primaron en las últimas décadas en el mundo y también en la Argentina. Estas posturas nos permitirán construir los extremos de un abanico de opinión que obviamente alberga situaciones intermedias, pero a partir de las cuales se intentará esbozar algunos conceptos utilizando ejemplos, y enfatizar posibles caminos sobre los que podría avanzarse.

Dos caras de una misma moneda

Por un lado están quienes establecen que los recursos naturales se encuentran degradados donde existen productores familiares de pequeña escala (comunidades indígenas y rurales en general). Las causas de esta degradación suele atribuirse a la falta de conocimientos suficientes para un manejo adecuado de los recursos naturales o al desconocimiento acerca de los daños que generan sus decisiones y prácticas de manejo. La productividad es baja porque es baja su eficiencia y, por lo tanto, los ingresos económicos también son escasos. Entonces, para compensar esta situación suelen presionar más al ambiente. Pero al final de cuentas son sistemas de producción inviables.

Consecuencias de la agricultura familiar sobre los recursos naturales: tensiones entre el discurso y la realidad

Un ejemplo típico de esta creciente presión sobre el ambiente es el incremento de las cargas ganaderas (cantidad de animales por hectárea). Se aduce que los productores buscan tener más vacas, ovejas o cabras para obtener mayor cantidad de productos (terneros, corderos o chivitos) como una manera de mejorar los ingresos, en lugar de lograr los mismos resultados mediante una mayor eficiencia: menos animales, lo que reduce la presión sobre el ambiente. Las cargas ganaderas por encima de lo que el ambiente puede sostener generan un fenómeno de ‘sobrepastoreo’ que degrada la vegetación y promueve procesos de desertificación, como se ha detectado en la Patagonia, el chaco o la puna.

La degradación ocurre porque la pobreza empuja a los productores a presionar cada vez más sobre el principal recurso que tienen, perjudicándolos en el largo plazo. Generalmente se resalta que la actividad agropecuaria más tecnificada e intensiva es más eficiente y constituye el modelo productivo a seguir, para satisfacer la creciente demanda mundial de alimentos. La agricultura mecanizada y de alta productividad, basada en el uso de fertilizantes, pesticidas, de semillas y animales genéticamente superiores, y en avances biotecnológicos, constituye la vía de desarrollo agropecuario y rural, independientemente de la región.

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Sin embargo, los pequeños productores no quieren adoptar tecnologías nuevas y tampoco les interesa modificar las que utilizan. De este modo se considera que sus sistemas de producción son primitivos y no incorporan los avances científico-tecnológicos que permitirían mejorar su producción y con ello su calidad de vida, y evitar así la degradación del ambiente. Entonces, hay quienes opinan que la forma más efectiva de conservación de los recursos naturales, especialmente en zonas con alto valor ecológico, es la generación de áreas protegidas. El mandato es excluir las producciones exógenas al lugar (por ejemplo, la ganadería doméstica) y favorecer la flora y la fauna nativas, promoviendo otro tipo de actividad económica como el turismo, o directamente el pago de un monto de dinero a cambio de preservar el ambiente natural.

Por otro lado, quienes defienden una postura contraria establecen que la pequeña agricultura familiar se basa en conocimientos tradicionales (culturales) y locales (no necesariamente universales) con relación al manejo y uso de los recursos naturales. Proponen que ese conocimiento ha evolucionado de una manera más respetuosa del ambiente que la producción intensiva basada en altos niveles de insumos y tecnologías. Discuten, por ejemplo, que los impactos ambientales que se asignan en relación con la degradación del bosque chaqueño, promovida por la actividad ganadera de comunidades locales indígenas, es ínfima en comparación con las alternativas a las cuales se ha sometido ese ambiente en los últimos tiempos. En particular, la deforestación provocada primero por la actividad extractiva de leña, y principalmente madera para durmientes destinados a la construcción de vías de ferrocarril, y más recientemente con el avance de la agricultura.

Por ello la pequeña agricultura familiar suele presentarse como una alternativa a la producción agropecuaria intensiva en capital y tecnología, no solo en la forma de producción de alimentos sino también con relación a los estilos de vida y su relación con la naturaleza. Muchas de las estrategias de vida de la pequeña agricultura familiar están basadas en otras lógicas, en una adaptabilidad al ambiente y en hacer frente a diferentes amenazas. En esos contextos la eficiencia económica y la productividad no son medidas con las que se pueda evaluar la viabilidad de un sistema de producción, especialmente en el largo plazo. Estos productores han persistido en zonas y circunstancias muy desfavorables y donde otras alternativas no podrían prosperar.

Por ejemplo, la ganadería móvil como la trashumancia, en la que la familia y su rebaño se trasladan en el verano hacia los pastizales de altura de zonas montañosas y regresan a pasar el invierno en zonas de pastoreo más bajas y más cálidas, es una típica actividad llevada adelante por pequeños productores, también llamados crianceros, en muchas zonas de la cordillera de los Andes. Esta estrategia les permite aprovechar la heterogeneidad que ofrece el paisaje y reducir el impacto de sequías sobre los animales, sorteando la falta de agua y forraje al trasladarse a zonas menos afectadas por la falta de lluvias. El regreso de la montaña en el otoño les permite evadir la amenaza de nevadas o tormentas del invierno. La determinación de la carga ganadera tiene, entonces, dimensiones sociales vinculadas a los requerimientos mínimos de una familia o como reserva de valor frente a contingencias.

Esta perspectiva de opinión resalta que los problemas de degradación no son tales, o que en todo caso, y al igual que la pobreza, se deben a limitantes estructurales de orden fundamentalmente político y económico, como la disponibilidad de superficies de tierra pequeñas y menos productivas en relación con los productores capitalizados. Otros argumentos señalan deficiencias en las políticas orientadas al sector de la pequeña agricultura familiar, que existe un limitado reconocimiento de este sector en la sociedad y en la producción, que las propuestas tecnológicas han sido desarrolladas para productores de mayor escala y niveles de capitalización y, por lo tanto, no están adaptadas a la realidad de la pequeña agricultura familiar. Finalmente, otras ideas proponen no modificar tales sistemas de manejo de los recursos naturales ya que los productores los conocen y los implementan en forma apropiada. En cambio, se considera necesario trabajar en la organización social para reivindicar sus derechos y mejorar su calidad de vida.

¿Quién tiene la verdad?

En primer lugar, y como en muchas otras circunstancias, todas las posiciones extremas tienden a cometer el error de generalizar un diagnóstico sobre la realidad, basado en unos pocos casos o en observaciones parciales. Más aun tratándose de un sector que tiene una vasta distribución territorial y está asociado a muy diversos tipos de producción agropecuaria y ambientes. En este debate cada una de las posturas sobre la situación de toda la agricultura familiar y su relación con el manejo y cuidado de los recursos naturales presenta verdades parciales y relativas a determinadas circunstancias.

Por un lado, muy pocos estudios identifican de qué manera el conocimiento de las comunidades rurales basados en agricultura familiar inciden en la conservación o en el estado de los recursos naturales en la Argentina. Por otro lado, muy pocos trabajos comparan los procesos de degradación de los recursos naturales en diferentes tipos de productores, modelos productivos y regiones. Entonces ¿cómo afirmar que hay más o menos degradación en la agricultura familiar debido al uso que hacen de los recursos naturales o del ambiente en general? Esta falta de información revela que las posturas anteriormente mencionadas tienen un mayor componente de ideología que una base consistente de información científica.

En el ámbito científico, tanto a nivel mundial como en América Latina y en la Argentina en particular, se está volcando un significativo esfuerzo en comprender mejor los aspectos socioculturales de comunidades indígenas y rurales en general, respecto de su relación con los recursos naturales, sus conocimientos y tecnologías. Se han reconocido muchas experiencias que muestran una relación más sustentable con el ambiente respecto de otras alternativas de producción agropecuaria dominantes en la actualidad, o al menos que las alternativas no son necesariamente mejores. Sin embargo, este esfuerzo no debe ocultar la realidad de que en muchos casos existen problemas de degradación ambiental y bajos niveles de eficiencias productivas. Pero hay que reconocer que las causas suelen ser múltiples y complejas, y que es un error asignarle culpas a un solo problema, queriendo con ello simplificar también las soluciones. Quizá el desafío más importante en este sentido está en generar propuestas de manejo y políticas que sean diferenciales y que estén adaptadas a las diversas situaciones que presenta un territorio tan vasto como el argentino.

Un ejemplo del norte patagónico

La denominada ‘línea sur’ en la provincia de Río Negro es una amplia región en el centro de la Patagonia. Se extiende al sur del río homónimo, entre las localidades de San Carlos de Bariloche en el extremo oeste y Valcheta en el extremo este, lindando hacia el sur con la meseta de Somuncura y el límite provincial con Chubut. En ella predominan los pequeños productores ganaderos, entremezclados con grandes estancias y productores capitalizados de mediana escala. Es una región estigmatizada por la desertificación, la pobreza y los problemas derivados de la falta de infraestructura general, que agudizan el impacto de situaciones ambientales desfavorables como la sequía o la caída de cenizas volcánicas, como la ocurrida recientemente.

Desde una perspectiva ganadera, estudios llevados a cabo por el INTA Bariloche muestran bajos niveles productivos en rebaños de pequeños productores. Quizá el aspecto más relevante en este sentido es que, para un año relativamente normal, se obtienen aproximadamente cinco a seis corderos por cada diez ovejas, y las principales pérdidas ocurren entre el preparto y la señalada (momento en el cual se hace un recuento y una señal a los corderos obtenidos ese año). Estos mismos estudios encontraron que estos niveles bajos de eficiencia productiva también se observan en productores de mediana escala e incluso en estancias, con muy diversos niveles de carga ganadera, desmitificando la idea de que la baja eficiencia es potestad exclusiva de los pequeños productores.

A partir de este diagnóstico se comenzó a trabajar en la mejora de la eficiencia con la premisa de mantener las características generales de los sistemas productivos (producción lanera), pero modificando ciertos aspectos que mejorarían sensiblemente la productividad ganadera global (producción de carne) y, a través de ello, el manejo de los recursos naturales. Tradicionalmente, el pastoreo es continuo y sin subdivisión de ambientes (particularmente en pequeños productores por falta de infraestructura), el parto ocurre a campo abierto y los animales solo se juntan para el servicio (abril-mayo), el momento de la esquila (agosto-septiembre) y la señalada (diciembre).

Los principales cambios propuestos en el manejo se focalizan en torno al momento del parto. Aproximadamente dos meses antes del parto, se juntan las ovejas o cabras preñadas, y se suplementa la dieta con forraje adicional reservado para este fin, especialmente para aquellas que se encuentren con un bajo estado nutricional y puedan comprometer la supervivencia de la cría. Mejorar la nutrición de la madre en este momento crítico de la gestación permite asegurar la supervivencia de la cría y una mejor lactancia en las primeras etapas de crecimiento. A su vez, esta práctica se puede complementar con el refugio en cobertizos, cuando los rebaños no son muy grandes. Habitualmente, la mera presencia del hombre y el mayor resguardo permiten reducir sensiblemente las pérdidas ocasionadas por depredadores como el puma o el zorro, con un impacto relativamente bajo sobre el ambiente.

Consecuencias de la agricultura familiar sobre los recursos naturales: tensiones entre el discurso y la realidadFinalmente, el manejo de los pastizales también puede mejorarse de manera notoria. Reservar espacios para concentrar las pariciones permite mejorar el estado de la vegetación, ya que se puede hacer un uso planificado dando descansos para su recuperación, y reduciendo así la presión de pastoreo en los distintos recursos forrajeros que ofrece el paisaje. Este conjunto de propuestas se adaptan muy bien y están siendo llevadas adelante con excelentes resultados especialmente por pequeños productores que viven en el campo y aún disponen de mano de obra familiar, en distintas zonas de Patagonia Norte.

Sin embargo, este tipo de producciones ocurren en un ambiente que por ciclos es muy hostil y desfavorable. En los últimos cinco años, la persistencia de una sequía severa junto con la caída de cenizas volcánicas en gran parte de la estepa patagónica rionegrina generó condiciones muy adversas para la producción y la vida en el campo. La reducción de forraje y de disponibilidad de agua, sumado a un efecto erosivo de las cenizas en la dentadura de los animales, provocó entre 2011 y 2012 mortandad generalizada en toda la región y en todos los tipos de productores. Esto afectó sensiblemente la producción y la economía regional, generando una situación de emergencia social que de a poco comienza a encontrar vías de recuperación.

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Un aspecto revelador que emerge de esta situación es que mientras muchos productores capitalizados perdieron gran parte de su producción, e incluso algunos debieron abandonar la actividad, la gran mayoría de los pequeños productores se mantienen en el campo peleando por su actividad y su estilo de vida. Incluso en el momento de mayor crisis (luego de la erupción volcánica) fueron algunas pocas estancias y fundamentalmente agrupaciones de pequeños productores los de mayor movilidad para buscar alternativas y soluciones para amortiguar el impacto sobre su producción. La organización de productores e instituciones públicas, la disponibilidad de subsidios en dinero e insumos (por ejemplo, forraje), las técnicas de suplementación de alimento y en algunos casos la venta o el traslado a tiempo de animales a otras regiones fueron de gran utilidad para amortiguar pérdidas que hubieran sido mayores.

Este ejemplo pone de manifiesto dos elementos. Primero, que existen alternativas para mejorar la producción ganadera y el manejo de los recursos naturales. Así lo demuestran las numerosas experiencias con productores ganaderos familiares en Patagonia Norte que son muy alentadoras, en términos de los resultados físicos pero también sociales, en tanto han ido generando un mayor acercamiento entre el conocimiento científico y el local. Segundo, las intensas y recurrentes variaciones en las condiciones ambientales, que parecen desafiar cualquier propuesta tecnológica, es mejor interpretada por muchos sectores rurales que a veces son estigmatizados como inviables o resistentes al cambio. Un reflejo incuestionable es la persistencia de los productores en el territorio, su apego a las raíces y a su estilo de vida, mientras que en otras regiones más al sur de la Patagonia y frente a crisis similares ocurrieron despoblamientos generales en los campos, muchos ocupados por productores con mayores niveles de capitalización.

Esta evidencia nos demuestra que todavía tenemos mucho por aprender tanto de la naturaleza como del conocimiento que las comunidades rurales tienen de su entorno y su actividad, si queremos promover un desarrollo territorial sustentable. La vivencia de los avatares y las dificultades de la vida en el campo, en conjunción con los incomparables beneficios y regocijos que ofrece el contacto directo con la naturaleza y de la propia producción, imprimen una experiencia muy íntima y a veces contradictoria en los pobladores rurales, que en las generaciones más jóvenes se expresa en la disputa entre quedarse o buscar otros horizontes. El cuidado del ambiente no se puede pregonar sin un desarrollo rural, cuyo primer eslabón es mejorar la calidad de vida de las familias que viven en ese ámbito, de la mano de la producción de la cual dependen. En estos contextos, es difícil pensar que exista una sola verdad.

Un camino para una ciencia con respuestas

Se requieren nuevas formas de pensar y hacer ciencia. En primer lugar una ciencia más interdisciplinaria, que integre desde el diseño de los estudios abordajes sociales como ecológicos. El debate descripto anteriormente únicamente puede encontrar una solución solo si quienes están preocupados por la conservación de los recursos naturales interactúan con quienes están preocupados por las problemáticas sociales y con quienes buscan mejorar la producción agropecuaria como soporte central de la sociedad en términos de soberanía alimentaria. A su vez, debe haber una mayor integración de científicos en procesos de extensión en los territorios, en trabajos participativos con las familias que viven y producen en estas zonas rurales.

Cambios como los descriptos en el ejemplo insumen mucho tiempo, requieren trabajo en conjunto y de largo plazo e inversión en infraestructura y en conocimiento para el territorio. En otras palabras, es necesario promover nuevos mecanismos que permitan acercar y articular los conocimientos científicos con los saberes y las prácticas de la gente, y el Estado tiene una responsabilidad clave en promover estos cambios, a través de diferentes herramientas. Apuntalar la intención de generar procesos de aprendizaje social e innovación productiva que tengan un impacto positivo en la calidad de vida de las comunidades rurales, pero basado en un manejo sustentable del ambiente, porque es la base de la vida actual y futura. Estos procesos de aprendizaje e innovación promueven también cambios en los científicos, en la manera de conducir la ciencia, sus premisas para priorizar y abordar los problemas, y sugerir soluciones.

Este artículo se enriqueció con aportes y sugerencias de C Giraudo y S Villagra. Las fotos fueron tomadas por el autor.

Marcos Horacio Easdale

Marcos Horacio Easdale

MSc en recursos naturales, UBA.
Investigador de la Estación Experimental Agropecuaria Bariloche, INTA.
[email protected]

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