¿Qué puede descubrir la arqueología, excavando las barrancas de un río de la llanura pampeana, sobre pobladores de hace 10.500 años?
Cazadores-recolectores tempranos, cambios ambientales y fauna extinta
En los últimos años, se han intensificado las investigaciones arqueológicas en la región pampeana, con el consecuente aumento de sitios arqueológicos estudiados y de conocimientos sobre cómo habrían sido los diferentes aspectos de la vida de las sociedades cazadoras-recolectoras del remoto pasado. En ese marco, durante los últimos años hemos realizado excavaciones e investigaciones sistemáticas en un sector del curso medio del río Quequén Grande, en el sureste de la provincia de Buenos Aires: Paso Otero, en el partido de Necochea, próximo al poblado de Nicanor Olivera y a unos 30km al oeste de Lobería. Siguiendo las tendencias actuales de la arqueología de la región, dichas investigaciones integraron múltiples líneas de análisis y especialistas de diferentes campos disciplinares para reconstruir no solo los modos de vida de sociedades de hace milenios sino, también, el ambiente en que vivieron.
La localidad arqueológica Paso Otero fue objeto de estudios geológicos, paleontológicos y arqueológicos desde la década de 1950 por parte de un entusiasta grupo de aficionados de Lobería, liderados por Gesué Pedro Noseda. En los últimos quince años, como arqueólogos profesionales, hemos comenzado a integrar el conocimiento de diferentes disciplinas, con el propósito de entender conductas humanas pasadas en el concierto de los cambios climáticos, faunísticos y florísticos acontecidos en la región pampeana.
Los conocimientos obtenidos en dos sitios de la localidad, respectivamente llamados Paso Otero 4 y Paso Otero 5, que fueron intensamente estudiados, incidieron en forma importante en algunos temas de la arqueología de la región. Los más importantes de esos conocimientos se refieren al poblamiento inicial por grupos de cazadores-recolectores, la relación entre estos y la fauna de fines del Pleistoceno (de hace unos 12.000 a 10.000 años), la supervivencia de fauna de ese período geológico durante la primera parte del siguiente, el Holoceno (cuya etapa temprana transcurrió entre hace unos 10.000 y 8000 años), las consecuencias de los cambios climáticos sobre humanos y animales, y las posibles causas de la extinción de algunas especies de estos. También arrojaron luz sobre las rocas usadas para elaborar artefactos diversos, entre ellos puntas de proyectiles, sobre las interacciones entre grupos humanos de regiones distantes y sobre las conductas de esos grupos para lidiar con períodos de sequía. En esta nota nos referiremos a estos temas a partir de las principales evidencias encontradas en los dos sitios para el lapso comprendido entre los 10.500 y los 4600 años antes del presente, período que corresponde al Pleistoceno tardío y el Holoceno temprano y medio. (Pleistoceno y Holoceno son los dos períodos en que se divide la era cuaternaria, nuestro presente geológico, que abarca los últimos 2,5 millones de años.)
Paso Otero 5: cazadores-recolectores entre el Pleistoceno y el Holoceno
En este sitio se realizaron algunos de los hallazgos más relevantes del área, entre ellos la evidencia de que hace aproximadamente 10.500 años coexistieron grandes herbívoros hoy extintos y grupos humanos. Hace unos 12.000 años las planicies pampeanas fueron semiáridas y frías, pero hace unos 10.000 años se tornaron templadas y húmedas, con la consiguiente aparición de condiciones para la formación de suelos. Para ese entonces, el cauce del río Quequén Grande habría consistido en un rosario de lagunas interconectadas, entremezcladas con dunas. En ese medio, grupos de cazadores-recolectores interactuaron con por lo menos diez géneros de animales hoy extintos. Mediante las excavaciones se recuperaron miles de huesos de esos animales, enterrados en asociación con artefactos de piedra, por ejemplo, puntas de proyectil con una forma denominada cola de pescado, que eran parte de las armas en uso por esos grupos humanos.
Ubicación de los sitios arqueológicos Paso Otero 4 y Paso Otero 5
el río Quequén Grande en el paisaje actual de la llanura pampeana. En el centro de la fotografía, a la izquierda del matorral de árboles costeros, se advierte el sitio Paso Otero 4 excavado en la barranca. El río tiene unos 35m de ancho
Integraban dicha fauna extinta megaterios, caballos, toxodontes, camélidos y gliptodontes, entre otros. A pesar de haber encontrado los restos de esas especies próximos a artefactos de piedra, no podemos asegurar que todos se encuentren allí por la acción humana. La mala preservación de muchos huesos impide establecer si tienen sobre su superficie huellas de faenado dejadas por los filos de artefactos de piedra. Sin embargo, en algunos casos, como el de un camélido extinto del género Hemiauchenia, se aprecian fracturas cuyas características indican que fueron provocadas intencionalmente, tal vez para consumir el tuétano.
Se supone que los megaherbívoros eran cazados para alimentación, pero también con otros propósitos, como usar sus huesos para combustible en fogones en un medio con escasas plantas leñosas: el 91% de los fragmentos de huesos encontrados presentó signos de combustión. Los estudios encontraron también fósiles de tala (Celtis tala) asociados con los huesos quemados, lo que sugiere el uso de esas plantas para encender los fogones.
La roca usada con más frecuencia para la confección de las herramientas fue ortocuarcita de la formación geológica Sierras Bayas, parte del cordón de Tandilia, sito a unos 50km de distancia. Como sucede en otros sitios tempranos, es destacable la variedad de colores de las ortocuarcitas (blanco, rosa, rojo, marrón-amarillento, etcétera). Los cazadores-recolectores en cuestión parecen haber priorizado ese tipo de cuarcitas, a cuyo uso posiblemente asignaran algún significado social, lo que permite conjeturar que la selección de rocas no solo estaba gobernada por las cualidades de estas para la talla sino, también, por su color.
Una punta de proyectil fue confeccionada con caliza silicificada, obtenida de la formación Queguay, en el actual Uruguay, distante unos 500km. De aquí se deduce que los pobladores tenían gran movilidad o sistemas tempranos de intercambio de rocas. Además de las puntas de proyectil y de otros artefactos, se recuperaron pequeñas esquirlas de roca, lo que muestra que realizaron en el sitio algunas actividades de talla, por ejemplo, mantenimiento de filos.
Paso Otero 4: cazadores del Holoceno temprano y medio
En este sitio –que está a una distancia de aproximadamente 1km del anterior– se encontró gran cantidad y diversidad de restos de ocupaciones humanas del Holoceno temprano y medio (hace entre unos 10.000 y 4600 años), lapso escasamente representado en la arqueología de la región pampeana.
La cronología del sitio proviene de dataciones radiocarbónicas efectuadas sobre materia orgánica de suelos de distintos niveles estratigráficos. Las ocupaciones humanas del Holoceno temprano (entre unos 8900 y 6500 años atrás) habrían tenido lugar con climas relativamente cálidos y húmedos, interrumpidos por pulsos secos. Hacia el Holoceno medio (entre unos 6500 y 4600 años antes del presente) el clima se habría tornado más frío y árido, principalmente hacia el final del período.
Entre los hallazgos se destaca la abundancia de huesos de animales de una gran variedad de especies, prueba de la riqueza faunística de la región en esos tiempos. De los animales mayores, la especie más representada es el guanaco, seguida por vizcachas, peludos, venados de las pampas, carnívoros como el extinto cánido Dusicyon avus, ñandúes, zorrinos, armadillos extintos y maras. Los huesos muestran claras evidencias de que los animales fueron parte de la alimentación de los cazadores, por las marcas de cuereo, desarticulación, fileteado o cocción. Además, se puede deducir que las pieles habrían servido para confeccionar abrigos y refugios, y que con los huesos se habrían elaborado instrumentos. De las especies más pequeñas, la mayor frecuencia corresponde a anuros (sapos y ranas), tuco-tucos, ratas nutria, cuises, reptiles y varios roedores. Entre las aves hay registros de tinamús (vulgarmente llamados perdices) y ñandúes.
La abundancia de especies fue, en líneas generales, similar a lo largo del tiempo, pero se encontró evidencia de que el proceso de extinción de la fauna pleistocénica fue diferencial. Así, en las ocupaciones más antiguas del Holoceno, de hace unos 8900 años, se registró la presencia del armadillo pleistocénico Eutatus seguini. De las 14 piezas óseas de ese armadillo que se recuperaron, pertenecientes a dos individuos, la mitad presentó huellas de cortes realizados con implementos de piedra. También se identificaron placas de la caparazón del mismo armadillo, algunas quemadas y con huellas de corte. Esto indica actividades de desarticulación, separación de la coraza, fileteo y consumo.
Los artefactos de piedra encontrados en el sitio son puntas triangulares de proyectiles asociados con la caza, así como elementos cortantes relacionados con la talla de piedras, el faenado de presas y la posible preparación de cueros. Están hechos mayormente de ortocuarcita de las formación geológica Sierras Bayas. También se rescataron piezas de otras rocas del mismo cordón serrano, del cordón de Ventania o de afloramientos rocosos del área entre ambos cordones o área interserrana, lo mismo que rodados del litoral bonaerense.
Un hallazgo que llama la atención es una cavidad con forma semejante a una campana invertida (la mancha de sedimentos oscuros en la foto de arriba) de alrededor de 1m de diámetro y de 1,70m de profundidad, rellena con un sedimento marrón oscuro notablemente diferente del material que la rodea. Se encontró en ella escasa cantidad de material arqueológico, cuya antigüedad, estimada por análisis radiocarbónico, es de entre unos 8700 y 8100 años. Su origen y función no están aún claros. Su forma, su tamaño y su disposición vertical hacen pensar que no fue la cueva de un armadillo extinto, como podría parecer, pero no se conoce ningún otro agente natural capaz de originarla.
Los grupos humanos a menudo excavaban estructuras similares para almacenar o procesar alimentos, depositar basura, guardar artefactos o juntar agua. La literatura arqueológica y etnográfica sobre habitantes de las planicies norteamericanas y de los desiertos australianos y sudafricanos da ejemplos de cazadores-recolectores que, ante la escasez de agua superficial, excavaban pozos para disponer de ella. Esa es la hipótesis que hoy consideramos más probable. Las características y dimensiones de la estructura son coherentes con las de los pozos de agua de las planicies norteamericanas. Además, encontramos en la base restos óseos de anuros, probablemente sapos, indicio de la presencia de agua.
Suponemos que el pozo de agua fue excavado y se usó como consecuencia de la aparición, durante el Holoceno temprano, de un período de clima seco y de un ambiente de mayor aridez, diferente de las condiciones generales más húmedas prevalecientes antes y después de dicho período. El pozo de agua habría sido excavado y estado en uso durante ese lapso árido. El hallazgo es relevante porque indica maneras hasta ahora desconocidas para la región de enfrentar la escasez de agua.
Humanos y megafauna
Una de las características más destacables de la localidad arqueológica de Paso Otero es el hallazgo de sitios fechados en momentos temporales sucesivos: 10.500 años antes del presente el primero (PO5) y entre 8900 y 4600 años atrás el segundo (PO4). Esto permite analizar continuidades y cambios en el tiempo de las condiciones climáticas, la composición faunística y la conducta de los cazadores-recolectores. Entre esos cambios es notable la diferente composición de especies de los conjuntos faunísticos, separados por unos 1600 años según la información obtenida por las dataciones radiocarbónicas.
Esta observación invita a relacionar los procesos de extinción de dicha fauna con los cambios climáticos y la acción de los grupos de cazadores-recolectores. Si bien acontecieron importantes cambios de clima en la transición entre el Pleistoceno y el Holoceno, ellos no parecen proporcionar suficiente explicación de las extinciones, en especial si se tiene en cuenta que antes –digamos en los 40.000 años que precedieron al período considerado en este artículo– también se registraron cambios climáticos de importancia que no afectaron tan dramáticamente a la fauna.
Los registros de fauna pampeana asociados con las primeras ocupaciones humanas tampoco apoyan la hipótesis de una gran matanza de mamíferos por humanos. La baja densidad demográfica de las sociedades de cazadores-recolectores seguramente significó una reducida presión de caza, lo que lleva a pensar que esta habría sido un factor más en juego, pero no el único. Es decir, no solo tenemos que dirigir la mirada a los efectos directos de la predación sobre los animales, sino a los efectos indirectos de la presencia humana. Como ha sido constatado en otras partes del globo, esa presencia produjo una modificación de los ecosistemas por los incendios, la reducción y transformación de hábitats, nuevas enfermedades y competencia con animales por los mismos alimentos y sitios de abrigo.
Otro tema de importancia es la supervivencia de especies pleistocénicas en el Holoceno temprano (entre unos 10.000 y 6500 años antes del presente), como el mencionado armadillo gigante (Eutatus seguini), procesado y consumido por humanos hace unos 7700 años, según se constató en Paso Otero 4. En otros sitios arqueológicos de la región, como Campo Laborde, La Moderna y Arroyo Seco 2, se encontraron pruebas de la supervivencia de los grandes mamíferos hasta hace unos 7500 años, dadas por restos de especies como Megatherium americanum, Glyptodon sp. y Doedicurus clavicaudatus, además de Eutatus seguini. En todos los casos las especies que sobrevivieron corresponden al orden Xenarthra, cuyos integrantes actuales son los armadillos, los osos hormigueros y los perezosos. Su supervivencia se habría debido a ventajas competitivas, como denticiones que no los llevaron a la especialización alimenticia y bajas tasas de metabolismo basal que imponían menor consumo energético.
En síntesis, la arqueología, aun de tiempos tan remotos, permite apreciar los modos de vida de los tempranos cazadores-recolectores establecidos en la región pampeana. Investigaciones como las de la cuenca media del Quequén Grande, y más precisamente las de la localidad Paso Otero, han contribuido sustancialmente a la construcción de un sólido y rico corpus de información sobre los primeros pobladores del continente americano.
Agradecimientos
Las excavaciones de PO4 y PO5 recibieron apoyo financiero de la ANPCYT y de la National Geographic Society. Los autores agradecen la ayuda del Museo Noseda, La Dulce Seguros, P Bayala, C Kaufmann, MC Álvarez, A Massigoge AP Alcaraz y M Martínez.