El impacto de la Primera Guerra Mundial en la economía argentina

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La Gran Guerra cerró definitivamente las certezas de la era que el historiador Eric Hobsbawm y otros llamaron ‘el largo siglo XIX’, en que nacieron las naciones sudamericanas y la Argentina prosperó. Los cambios económicos sobrevenidos crearon el telón de fondo para el problemático escenario argentino del siglo XX.


El estallido de la Primera Guerra Mundial marcó el final de una etapa de la economía internacional caracterizada por un fuerte incremento del comercio de bienes y servicios, y por el flujo de capitales y corrientes migratorias de Europa al otro lado del Atlántico. Si bien pocos lo percibieron en ese momento, la Gran Guerra resquebrajó el sistema al poner fin a la hegemonía británica y fortalecer las tendencias proteccionistas que desde finales del siglo XIX se venían acentuando en Europa, los Estados Unidos y Japón.

El patrón oro, base del sistema de comercio multilateral, fue abandonado por las principales naciones y solo se reimplantó en la década siguiente bajo formas algo diferentes. El orden económico que emergió al final del conflicto resultó mucho más inestable y fortaleció las tensiones que luego engendrarían la Gran Depresión.

Para la Argentina, esos cambios fueron problemáticos. En las décadas anteriores su economía se había beneficiado por la gran expansión del comercio y las finanzas mundiales. La fertilidad de la pampa y el ingreso masivo de capitales extranjeros y de inmigrantes europeos habían alentado una rápida modernización y permitido al país integrarse al mercado mundial como uno de los principales exportadores de carnes y cereales.

A partir de 1870, en efecto, esta región marginal del continente americano logró organizarse políticamente, consolidar el Estado nacional y transformar su estructura económica. Entre ese momento y 1914, la Argentina logró achicar la brecha que la separaba de las naciones con mayor ingreso per cápita, hasta lograr ubicarse entre las primeras de ellas.

Con una mirada de largo plazo, con el estallido de la guerra el mundo cambió e inició otra era, marcada para la Argentina por la pérdida del dinamismo de la economía agroexportadora y por crecientes dificultades en el mercado mundial de productos primarios, lo que estuvo vinculado con la declinación de su principal socio comercial: Gran Bretaña.

A pesar de que existe consenso sobre que 1914 constituyó un momento de quiebre en la evolución económica de la Argentina, no se han realizado estudios específicos sobre la economía local durante el primer gran conflicto bélico del siglo XX. Historiadores y economistas suelen analizar ese momento con dicha perspectiva de largo plazo, pero todavía hay mucho que se desconoce sobre las consecuencias de la guerra en la estructura económica y sobre las respuestas que brindaron los actores económicos y sociales a los problemas. A pesar de ello, es posible evaluar algunas de las dimensiones más importantes del proceso: el sector externo, la evolución del producto bruto interno (PBI), las finanzas estatales, la moneda, el sector agrario, la industria y la repercusión social del conflicto.

Hipólito Yrigoyen, presidente de la República entre 1916 y 1922. Si bien no ocupó el cargo durante la primera mitad de la guerra, tuvo que enfrentar buena parte de sus consecuencias económicas. Los personajes en segundo plano serían, de izquierda a derecha, Fernando Saguier (?), Leopoldo Melo, Vicente Gallo, Marcelo T de Alvear y Elpidio González, algo así como el núcleo central del poder en el radicalismo. Los cuatro primeros eran los posibles candidatos de la Unión Cívica Radical para las elecciones presidenciales de 1922, en las que el mango del sartén terminó pasando a manos de Alvear. González, que era el presidente del partido, fue electo vicepresidente. Caricatura de Alejandro Sirio para Caras y Caretas, 1921.
Hipólito Yrigoyen, presidente de la República entre 1916 y 1922. Si bien no ocupó el cargo durante la primera mitad de la guerra, tuvo que enfrentar buena parte de sus consecuencias económicas. Los personajes en segundo plano serían, de izquierda a derecha, Fernando Saguier (?), Leopoldo Melo, Vicente Gallo, Marcelo T de Alvear y Elpidio González, algo así como el núcleo central del poder en el radicalismo. Los cuatro primeros eran los posibles candidatos de la Unión Cívica Radical para las elecciones presidenciales de 1922, en las que el mango del sartén terminó pasando a manos de Alvear. González, que era el presidente del partido, fue electo vicepresidente. Caricatura de Alejandro Sirio para Caras y Caretas, 1921.

La primera dimensión a considerar es el sector externo y sus dificultades durante la guerra. Con la crisis de los Balcanes de 1913, la corriente de capitales extranjeros hacia el país se revirtió, en parte debido a la decisión del Banco de Inglaterra de incrementar los tipos de interés. Esto creó dificultades en la cuenta capital de la balanza de pagos argentina.

Unos meses después, en agosto de 1914, la declaración de la guerra desarticuló progresivamente el comercio internacional, incrementó el costo de los fletes y modificó la demanda en los mercados europeos, todo lo cual se tradujo en una caída apreciable del volumen de las exportaciones argentinas. Los productos de gran volumen y bajo precio unitario, como los granos, fueron los principales perjudicados por los obstáculos a la navegación trasatlántica y la consiguiente escasez de bodegas, en tanto que la venta al extranjero de carnes congeladas y enlatadas mejoró su perspectiva, por la demanda creada por la propia guerra. En la medida en que los cereales constituían una buena parte del valor de las exportaciones, la caída de sus ventas tuvo un efecto muy negativo sobre el sector externo.

La salida de capitales y la reducción de las exportaciones constituyeron los principales factores que afectaron a la economía local. Para la economía abierta que era entonces la argentina, en que las exportaciones representaban el 30% del PBI, la contracción del comercio exterior tuvo fuertes efectos depresivos sobre el nivel de actividad interna y, por consiguiente, sobre la demanda de bienes y servicios en el mercado doméstico.

Entre 1913 y 1917, el PBI se contrajo un 20%. La caída del PBI per cápita fue aun más importante, pues descendió un 34% en el mismo período. La recesión iniciada en 1914 fue profunda y prolongada; superó incluso la producida durante la Gran Depresión de fines de la década siguiente, cuando el PBI per cápita se contrajo un 20% entre 1929 y 1932.

Las dificultades del sector externo provocaron cambios importantes en el ordenamiento monetario y financiero del país. Inicialmente, la salida de capitales, la multiplicación de las quiebras y la reducción de la actividad económica crearon una situación de iliquidez y obligaron al gobierno del presidente Victorino de la Plaza –que en 1913, siendo vicepresidente, había ascendido al cargo por enfermedad y fallecimiento de Roque Sáenz Peña– a promover un conjunto de leyes de emergencia. Entre ellas se destacó el cierre de la Caja de Conversión y la suspensión de la convertibilidad de la moneda. A partir de entonces y hasta 1927, el valor de la moneda argentina varió de acuerdo con la evolución de la balanza de pagos (que incluye el saldo del comercio exterior y la cuenta capital).

Inicialmente, se produjo una depreciación de la moneda pero esa declinación no se prolongó mucho tiempo. A partir de 1915, la balanza comercial arrojó superávit debido fundamentalmente a la caída de las importaciones. Además, la cuenta capital mostró también un balance positivo debido al ingreso de capitales que llegaban a la Argentina en busca de refugio. Ambos fenómenos se tradujeron en una apreciación de la moneda con relación a la libra esterlina y el dólar. La tendencia, sin embargo, se revirtió en la posguerra, en medio de la caída de los precios mundiales de granos y carnes.

Además de los problemas monetarios, durante la guerra creció el déficit fiscal, cuyo equilibrio anterior era frágil. La caída de las importaciones y de la actividad productiva redujo los ingresos fiscales provenientes de la aduana y los impuestos internos que gravaban el consumo. Si consideramos que los primeros constituían el 50% de los ingresos estatales, se puede apreciar la gravedad de la coyuntura. El presidente Hipólito Yrigoyen, que asumió el cargo en 1916, implantó el cobro de derechos a la exportación (que ya había existido) e incluso propuso un impuesto a la renta, pero este no prosperó en el Congreso. El Estado también recurrió al crédito externo, pero las condiciones internacionales solo posibilitaron realizar operaciones en los Estados Unidos, y con interés muy alto.

Por otro lado, los cambios en la composición de la demanda mundial y la evolución de los precios internacionales repercutieron con dureza en la agricultura pampeana. Ya en 1912, la actividad se había visto agitada por el Grito de Alcorta, una huelga de los chacareros, es decir, los pequeños y medianos productores de cereales. El fracaso por razones climáticas de las cosechas de 1913 y 1916, más las mencionadas dificultades para la exportación de granos, pusieron a la producción agrícola en crisis: comenzó un período de disminución del área cultivada con cereales, que se prolongó hasta 1921. En sentido contrario, la mejora de los precios relativos de la carne impulsó el incremento de la superficie dedicada a la ganadería en detrimento de las tierras ocupadas hasta entonces por la agricultura.

Más allá de esas fluctuaciones, sucedió que hacia 1914 llegó a su máxima extensión la frontera agraria pampeana, pues se había puesto en explotación la máxima superficie posible de tierra apta. El aumento de la producción ya no sería posible por la incorporación de tierra adicional, por lo que a falta de cambios tecnológicos que incrementaran la productividad, los aumentos de producción ganadera o agrícola en las siguientes décadas solo se realizarían uno a expensas del otro.

Las economías extrapampeanas también transitaron momentos difíciles. La depresión del mercado interno creó inconvenientes que incidieron sobre producciones regionales que ya exhibían problemas estructurales, especialmente las tendencias a la sobreproducción y el debilitamiento de la demanda interna. Ese fue el caso de la producción azucarera de Tucumán y de la vitivinicultura mendocina. El resultado fue una mayor concentración económica en ambas industrias.

Sin duda, en lo que los historiadores económicos más se han concentrado ha sido en la evolución del sector industrial. De todas formas, es notable que en este como en otros sectores de la economía argentina de la época no contemos con estudios específicos sobre la guerra. En el análisis de largo plazo, existen diferentes opiniones sobre los efectos de la contienda en la industria argentina. Una línea interpretativa sostiene que la interrupción de la llegada de manufacturas extranjeras durante la guerra habría estimulado la industrialización, un proceso que se truncó como resultado de la reanudación de las importaciones en la posguerra. Los años bélicos habrían sido así un momento de impulso industrial, testigos de una incipiente y temprana industrialización por sustitución de importaciones. Otra interpretación es que, lejos de constituir un momento de despegue industrial, la guerra provocó una desaceleración del crecimiento de la actividad. Para esta línea de análisis, el comercio exterior proporcionaba el necesario estímulo al surgimiento de la industria, en un proceso de eslabonamientos a partir de los sectores exportadores líderes. Por lo tanto, una interrupción del comercio exterior, como el sucedido durante la guerra, habría afectado el crecimiento de la industria.

Embarque de carne congelada en el puerto de Buenos Aires. Si bien la guerra deterioró las exportaciones, sobre todo las de cereales que eran las más importantes, impulsó las de algunos rubros, como la carne y sus derivados. Foto HG Olds, 1910.
Embarque de carne congelada en el puerto de Buenos Aires. Si bien la guerra deterioró las exportaciones, sobre todo las de cereales que eran las más importantes, impulsó las de algunos rubros, como la carne y sus derivados. Foto HG Olds, 1910.

En 1914 la Argentina poseía la economía más grande de América Latina. Su sector manufacturero tenía un tamaño relativamente importante, pues la participación de la industria en el PBI alcanzaba el 18% y superaba a la de las economías más grandes de la región. Se trataba de una industria vinculada con el procesamiento de materias primas: el 57% de su producción consistía en alimentos y bebidas. Una estimación realizada con las cifras del censo de 1914 arrojó que el 70% de la producción industrial eran bienes de consumo no durables, el 21,5% bienes intermedios –materiales de construcción, bolsas, cajas y productos metálicos– y solo un 6% bienes durables.

Diversos factores condicionaron el desempeño manufacturero en los años de la guerra. Por un lado, el sector se vio afectado por la dificultad e incluso la imposibilidad de importar insumos básicos, como acero, carbón y productos químicos, lo mismo que maquinaria y equipos industriales. Estos obstáculos y las restricciones para encontrar capitales redujeron la inversión en nuevos proyectos. Si bien el descenso del comercio internacional también afectó los rubros que competían con la producción nacional y promovió así la sustitución de importaciones, fue un estímulo breve, ya que desapareció en 1918, cuando se reanudaron las importaciones. Durante el conflicto también cambió el origen de las importaciones. Las provenientes de Europa descendieron (y en el caso de Alemania se derrumbaron hasta niveles insignificantes), en cambio Estados Unidos, que se mantuvo neutral hasta 1917, se convirtió en un gran proveedor de manufacturas e insumos y alcanzó el primer lugar como origen de las importaciones, con un 36% del total del valor en 1917. Por su lado, la industria sufrió las consecuencias de la caída de los salarios reales por efectos de la inflación y del incremento del desempleo, que deprimió la demanda agregada.

El efecto de estos factores sobre el sector manufacturero parece haber sido importante, pues su crecimiento que, según las estimaciones de Roberto Cortés Conde, fue del 7,8% anual en la primera década del siglo XX, solo alcanzó al 2,2% en la década de 1910. El comportamiento de las diversas ramas, sin embargo, distó de ser homogéneo. Los datos disponibles indican que las industrias cuyas materias primas eran locales, lo mismo que aquellas que se vieron estimuladas por la demanda externa –entre ellas, la producción de carne congelada y de conservas, el calzado de cuero y los textiles de lana– lograron incrementar su producción. También la fabricación de papel y de algunos productos químicos, que estaban en estado rudimentario, se vieron estimuladas. En contraste, las dependientes de la importación de hierro, de acero y sustancias químicas básicas enfrentaron graves problemas.

Las constricciones en que debió desenvolverse el sector parecen haber beneficiado a las empresas instaladas que contaban con capacidad ociosa y, sobre todo, a las grandes firmas, que poseían los recursos económicos y las capacidades gerenciales y organizativas para llevar adelante nuevas iniciativas. En contraste, las pequeñas y medianas empresas, algunas de carácter artesanal, no lograron sacar demasiada ventaja de la protección indirecta ofrecida por la guerra.

Las trayectorias de algunas grandes firmas permiten apreciar los beneficios ofrecidos por la coyuntura y sus límites. Así, la Compañía General de Fósforos, fundada en 1889 por empresarios de origen italiano para la fabricación de fósforos y sus estuches, y diversificada antes de la contienda a las artes gráficas y al papel, reforzó su integración vertical con la adquisición de una fábrica de estearina. A pesar de que durante el período las inversiones declinaron, los talleres mecánicos instalados en cada una de sus fábricas desarrollaron y diseñaron maquinarias que no se podían importar. Por otro lado, la Compañía concibió proyectos que concretó en la década de 1920, en el ciclo de inversiones más importante de la empresa: en la industria gráfica, en plantas desmotadoras de algodón y de producción de aceite en el Chaco y en una hilandería de algodón en Bernal. También incursionó en nuevas especialidades con la adquisición, en 1921, de un taller multigráfico de propiedad de Ricardo Radaelli.

La Fábrica Argentina de Alpargatas, fundada en 1884 y concentrada en la producción de calzado de lona con suela de yute, experimentó un fuerte retraimiento de la inversión en equipos y maquinaria durante el conflicto bélico. Solo en la década de 1920, como muestra un estudio de 1988 de Juan Carlos Korol y Leandro Gutiérrez (‘Historia de empresas y crecimiento industrial en la Argentina. El caso de la Fábrica Argentina de Alpargatas’, Desarrollo Económico, 111: 401-424), se integró verticalmente con la actividad de hilandería.

La actuación de los grupos económicos disminuyó durante la guerra, tal vez porque su función de canalizar capital extranjero hacia la Argentina se vio debilitada. Así, por ejemplo, dos de los más importantes, Bunge & Born y Tornquist & Cía., no realizaron nuevas inversiones. El grupo Bemberg, propietario de la Cervecería Quilmes, enfrentó la escasez de malta mediante el fomento del cultivo de lúpulo, y recién en 1920 la instalación de la Primera Maltería Argentina permitió a la empresa independizarse de la importación de ese insumo.

En conjunto, la guerra reveló las fragilidades de un orden económico basado en la especialización agroexportadora y un débil desarrollo del tejido industrial. La coyuntura ofreció oportunidades pero sobre todo permitió a los actores económicos percibir algunos de los riesgos que enfrentaba una economía integrada al mercado mundial como productora de bienes primarios.

Mercado de frutos del país, sobre el puerto de Riachuelo, en Barracas al Sur (hoy Avellaneda). La lana fue otro de los productos cuyas exportaciones prosperaron durante la guerra, en especial luego del ingreso en ella de los Estados Unidos, por su uso en la vestimenta de las tropas. Dirección de Construcciones Portuarias y Vías Navegables, ca. 1912.Mercado de frutos del país, sobre el puerto de Riachuelo, en Barracas al Sur (hoy Avellaneda). La lana fue otro de los productos cuyas exportaciones prosperaron durante la guerra, en especial luego del ingreso en ella de los Estados Unidos, por su uso en la vestimenta de las tropas. Dirección de Construcciones Portuarias y Vías Navegables, ca. 1912.

Las repercusiones del conflicto sobre el mundo del trabajo asimismo resultaron contundentes. Tampoco sabemos mucho sobre este tema o, en términos más generales, sobre las secuelas sociales de la Primera Guerra. En cambio, existe un nutrido grupo de estudios sobre el período 1917-1921, signado por el ascenso del radicalismo, la transición económica de la posguerra y la mayor conflictividad social en la historia del país desde el Centenario.

Entre 1914 y 1918 una amplia capa de asalariados enfrentó un drástico aumento de la desocupación. Antes, ya se registraba un cierto grado de desempleo estructural, situación que puede explicarse por las características del mercado de trabajo, que demandaba una creciente mano de obra no calificada, con amplia movilidad geográfica y ocupacional, satisfecha en su mayor parte por una fuerza de trabajo estacional migratoria que alcanzó su máximo entre 1907 y 1913. En las ciudades del litoral pampeano, los jornaleros y peones no ligados con ninguna rama específica de la economía constituían el 30% de la población activa masculina. Los trabajadores migraban de la ciudad al campo y viceversa de acuerdo con la época del año.

Distintos estudios difieren en sus conclusiones sobre cómo afectó la vida de los asalariados esa modalidad del mercado de trabajo. Para Cortés Conde, la alta movilidad era un mecanismo que permitía realizar ‘ajustes rápidos de la oferta y la demanda de trabajo’. En cambio Ofelia Pianetto, en un trabajo de 1984 (‘Mercado de trabajo y acción sindical en la Argentina 1890-1922’, Desarrollo Económico, 94: 297-307), adopta una posición menos optimista y sostiene que la fluctuación entre trabajos urbanos y rurales suponía una permanente inestabilidad laboral y períodos de desocupación.

Para el conjunto del país, en 1912 y 1913 el desempleo alcanzó respectivamente el 5,1% y 6,7% de la población obrera total. A partir de 1914, aun sin llegada de inmigrantes, la desocupación inició un crecimiento acelerado y culminó en 1917 con un 19,4%.

A lo anterior se sumó el alza del precio de los productos de consumo popular, especialmente del pan o, en términos más generales, la mencionada caída del salario real como consecuencia de la inflación, estimada por los historiadores en un 40% entre 1914-1918.

Estos problemas se prolongaron durante los comienzos de la primera presidencia de Yrigoyen. El clima económico adverso retrajo la actividad sindical y la protesta obrera por mejoras en las condiciones de vida y trabajo, lo que duró hasta 1917. Ese año comenzó un nuevo ciclo de conflictividad social, cuya reivindicación principal estuvo dirigida a obtener mejoras del salario que compensaran el deterioro producido en los años precedentes. En dicho año alrededor de 136.000 asalariados, el 46% de la población obrera empleada en la Capital, participó en huelgas de la ciudad de Buenos Aires. Las principales fueron protagonizadas por obreros empleados en sectores clave de la economía agroexportadora, como los ferroviarios y marítimos.

Los conflictos también alcanzaron el mundo rural y, a partir de 1918, se expresaron en la movilización de los chacareros y los braceros. Las huelgas estallaron igualmente en la economía agraria extrapampeana, por ejemplo, las protagonizadas por los trabajadores de La Forestal en el norte santafesino y por los peones de las estancias de la Patagonia. Esta nueva fase de protestas, que se extendió hasta 1921, se dio en un contexto de cambios en los vínculos entre el gobierno radical y el movimiento obrero, con la intervención del Poder Ejecutivo en la resolución de los conflictos y la predisposición de los dirigentes de la corriente sindicalista a negociar con el gobierno. Estos acontecimientos tuvieron lugar en el contexto de la economía internacional de posguerra y de la Revolución Rusa de 1917.

Con el fin de la guerra, la Argentina inició una compleja transición al nuevo escenario mundial. En ese tránsito, los problemas económicos y sociales se agravaron y estallaron conflictos sociales y disputas intersectoriales de inusitada gravedad, cuyos puntos álgidos fueron la Semana Trágica de 1919 y las controversias en torno al comercio exportador de carnes. A pesar de estas perturbaciones económicas y sociales, la normalización del comercio mundial y la mejora de los precios internacionales de los cereales permitieron al país reiniciar su crecimiento, a un ritmo sin duda menor que el de la década 1900-1910, pero igualmente positivo. La inversión extranjera, que había sido hasta 1914 la fuerza impulsora de la economía local junto con la demanda externa, no volvió a ocupar un lugar tan destacado. De todas formas, a partir de 1923, la prosperidad económica y la estabilidad del mercado doméstico impulsaron una nueva oleada de inversiones, especialmente desde los Estados Unidos, que esta vez se orientaron hacia el sector manufacturero y la demanda doméstica. La segunda mitad de la década de 1920 encontró a la Argentina retomando la senda de crecimiento anterior a 1914, a un ritmo menor y sobre bases más frágiles. Pocos fueron los que percibieron estos cambios antes del estallido de la Gran Depresión.

Lecturas Sugeridas

ALBERT B & HENDERSON P, 1988, South America and the First World War: The Impact of the War on Brazil, Argentina, Peru and Chile, Cambridge University Press.

BELINI C y KOROL JC, 2012, Historia económica de la Argentina en el siglo XX, Siglo XXI, Buenos Aires.

CORTÉS CONDE R, 1997, La economía argentina en el largo plazo. Siglos XIX y XX, Sudamericana-Universidad de San Andrés, Buenos Aires.

DÍAZ ALEJANDRO C, 1975, ‘La desaceleración del crecimiento entre 1914 y 1929: ¿una gran demora?’, en Giménez Zapiola M, El régimen oligárquico, Amorrortu, Buenos Aires, pp. 357-360.

GERCHUNOFF P y LLACH L, 1998, El ciclo de la ilusión y el desencanto, Ariel, Buenos Aires.

GERCHUNOFF P y AGUIRRE H, 2006, “La economía argentina entre la Gran Guerra y la Gran Depresión”, Estudios y Perspectivas, Nº 32, Buenos Aires, Oficina de la CEPAL.

MÍGUEZ E, 2008, Historia económica de la Argentina. De la conquista a la crisis de 1930, Sudamericana, Buenos Aires.

Claudio Belini

Claudio Belini

Doctor en historia, UBA.
Investigador adjunto del Conicet en el Programa de Estudios de Historia Económica y Social Americana, Instituto de Historia Argentina y Americana Dr Emilio Ravignani, UBA-Conicet. [email protected]
Silvia Badoza

Silvia Badoza

Profesora de enseñanza secundaria, normal y especial en historia, UNLP.
Profesional principal del Conicet en el Programa de Estudios de Historia Económica y Social Americana, Instituto de Historia Argentina y Americana Dr Emilio Ravignani, UBA-Conicet. [email protected]

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