Convocados y voluntarios de la Argentina en la Gran Guerra

Versión disponible en PDF.

Se estima que unos 4800 combatientes fueron de la Argentina a pelear en el ejército británico durante la Gran Guerra, lo mismo que unos 5800 lo hicieron en el ejército francés y unos 32.400 en el italiano. Algunos eran ciudadanos del país que fueron a defender; otros, sus hijos, y los había que no eran ninguna de ambas cosas. Algunos se enrolaron de forma voluntaria y otros fueron reclutados.


La Gran Guerra fue un hecho definitorio del siglo XX ya que produjo diez millones de muertos, el fin de cuatro imperios europeos, el estallido de la revolución bolchevique en Rusia, el inicio del predominio norteamericano, la emergencia del nazi-fascismo y sentó las bases de la Segunda Guerra Mundial. Su extraordinario impacto económico, político y cultural afectó también a los Estados neutrales, como los de América Latina, entre los que se diferenció la Argentina.

Lo último se debió a dos factores muy marcados. Primero, porque la Argentina, presidida por el radical Hipólito Yrigoyen, fue el país que llevó más lejos una política de neutralidad activa, a pesar de las presiones de Washington tras la entrada en guerra de los Estados Unidos en 1917. Y segundo, porque el 27 % de sus habitantes era hacia 1914 europeo de primera generación, proporción no igualada entonces por ningún otro país del mundo, y que se acrecentaba considerablemente si se sumaban los hijos de europeos nacidos en su suelo.

La Gran Guerra movilizó a los residentes extranjeros ciudadanos de los países beligerantes, que eran más de la mitad de los europeos presentes en la Argentina, pero también a públicos más vastos. La distribución numérica favoreció ampliamente a los encolumnados con las potencias aliadas (Francia, Gran Bretaña, Rusia e Italia) ya que, tras la entrada en guerra de este último país en mayo de 1915, nueve de cada diez inmigrantes de un país en guerra eran de ese origen, contra solo uno de las potencias centrales (Alemania, Austria-Hungría y, desde octubre de 1914, el Imperio Otomano).

Ese contexto general permite comprender las líneas de acción abiertas por el conflicto, que incluyeron la movilización económica para paliar las necesidades de los países en guerra; los debates y llamamientos de la prensa étnica, y la lucha por el control de las calles. En el marco de una historia social y cultural de la guerra, este texto aborda un aspecto particular: la participación en ella de combatientes de la Argentina, tanto convocados como voluntarios, que transitaron el doloroso puente entre un país neutral y un mundo en llamas. Es una historia fascinante, en la que cada vida podría ser el argumento de una novela u obra cinematográfica, pero también frustrante, por la escasez de fuentes sistemáticas y por la dispersión de archivos propia de la historia transnacional, lo que obliga al historiador, en muchos casos, a mantenerse en el plano de la conjetura.

Movilizados: entre el suelo y la sangre

La movilización de los inmigrantes extranjeros, iniciada desde el 1 de agosto de 1914 al mismo tiempo que las movilizaciones generales de Francia y Alemania, fue secundada por instituciones comunitarias creadas a raíz del conflicto, como los comités patrióticos, que desplegaron múltiples acciones de concientización y recaudación de fondos con los que financiar el viaje de los soldados y el mantenimiento de sus familias en la Argentina.

El mal regreso. Esa era la suerte del infractor. Las autoridades militares francesas intentaron presionar a los ciudadanos emigrados con el temor a sanciones legales y morales, como lo ejemplifica esta lámina del opúsculo Petit guide militaire de l’émigrant, de 1912. La insumisión al servicio militar fue un problema crónico en los flujos migratorios europeos, que naturalmente se potenció con la guerra.
El mal regreso. Esa era la suerte del infractor. Las autoridades militares francesas intentaron presionar a los ciudadanos emigrados con el temor a sanciones legales y morales, como lo ejemplifica esta lámina del opúsculo Petit guide militaire de l’émigrant, de 1912. La insumisión al servicio militar fue un problema crónico en los flujos migratorios europeos, que naturalmente se potenció con la guerra.

Para el historiador actual –como para los diplomáticos del período– resulta esencial conocer la proporción de personas movilizadas por las principales comunidades migratorias. La evaluación estadística se enfrenta con problemas casi insolubles, ya que no existen datos precisos sobre la cantidad de individuos que regresaron a combatir, ni sobre el número total de potenciales combatientes. Estas dificultades se incrementan si se tiene en cuenta que existían dos grupos en juego: por un lado, los inmigrantes de primera generación, nacidos en Europa, y, por otro, los hijos de ellos, nacidos en el país pero considerados europeos por la legislación del viejo continente, basada en el derecho de sangre (jus sanguinis), y acá como argentinos por una legislación basada en el derecho de suelo (jus solis).

Las reconstrucciones disponibles muestran que los británicos (4852 combatientes) y los franceses (5800) tuvieron una respuesta más alta que los italianos (32.430), pues si bien el contingente italiano fue alrededor de seis veces más grande, la comunidad de la península itálica multiplicaba por más de 11 a la francesa y por más de 33 a la británica. La movilización de alemanes y austrohúngaros no parece haber sido importante, ya que la mayoría no habría logrado eludir el bloqueo naval británico para llegar a Europa, pero es probable que futuras investigaciones lleven a cambiar en alguna medida esta afirmación.

El caso francés permite precisiones suplementarias. Según un informe de 1919, los 5800 inmigrantes de primera generación movilizados entre 1914 y esa fecha representaban el 32% de la población movilizable de la Argentina, proporción que se incrementa al 57% si el denominador del cálculo es la población inscripta en los consulados, es decir, aquellas personas que tenían vínculos legales con el país de origen. Según el mismo informe, la cifra de franco-argentinos que participaron en la guerra se situó entre los 250 y los 500. Estos datos no resultan coherentes con los 364 argentinos, en su gran mayoría hijos de franceses, que figuran en el registro Morts pour la France, ya que si se aplica a ese grupo la tasa de mortalidad en combate –del orden del 17%– ese número de defunciones correspondería a una cifra aproximada de 2100 combatientes franco-argentinos, es decir, unas cinco veces más que los mencionados en el citado informe de 1919. En cualquiera de las dos estimaciones, de todos modos, la participación franco-argentina fue mucho menor que la de los franceses de primera generación.

Aunque las cifras de combatientes británicos e italianos no discriminan entre inmigrantes de primera generación y sus hijos argentinos, todo indica que la participación de los anglo-argentinos fue muy superior a los valores, prácticamente insignificantes, de argentinos hijos de franceses e italianos.

Grupo alemán de observación de artillería.
Grupo alemán de observación de artillería.

En su momento, muchos diplomáticos aliados consideraron que la movilización fue poco exitosa. Sin embargo, el análisis actual sugiere una conclusión distinta, entre otras razones porque las cifras de movilizados que manejaban esos diplomáticos se referían al período del conflicto y no incluían a los que habían viajado a Europa antes de agosto de 1914 en el caso francés, o antes de 1915 en el italiano. La cantidad de esos retornos preventivos debió ser importante, como se puede deducir del aumento de retornos que registran las estadísticas migratorias argentinas desde 1913. Lo mismo que en vísperas de la Segunda Guerra Mundial, la convicción de que ocurriría un enfrentamiento estaba presente en la mente del público desde mucho tiempo antes de que se desencadenara.

También hay que considerar los enormes problemas técnicos del reclutamiento en el extranjero, como el desconocimiento de domicilios y la escasa proporción de inscriptos en los consulados, que impedían a las autoridades europeas conocer el número total de potenciales combatientes. Además, ir a la guerra se veía obstaculizado por las dificultades del traslado a Europa, sobre todo a partir de la guerra submarina a ultranza declarada por Alemania en enero de 1917, y por los costos que enfrentaban quienes debían viajar con sus familias, una diferencia crucial con los que se movilizaban en su país o países vecinos. Por último, los argentinos hijos de europeos estaban sujetos a cumplir con el servicio militar en la Argentina: sumarle una obligación militar en el país de origen de su padre (en esa época la ciudadanía solo se transmitía por vía paterna) constituía una pesada carga que tampoco favoreció el éxito de la movilización.

Hipólito Yrigoyen (1852-1933), descendiente de vascos franceses (con sombrero puesto). Foto de autor desconocido, 1918. El cónsul francés en Buenos Aires, en un intento de aplicar la ley militar de su país hasta sus últimas consecuencias, llegó a considerarlo movilizable para funciones de retaguardia, ya que su edad lo eximía del combate.
Hipólito Yrigoyen (1852-1933), descendiente de vascos franceses (con sombrero puesto). Foto de autor desconocido, 1918. El cónsul francés en Buenos Aires, en un intento de aplicar la ley militar de su país hasta sus últimas consecuencias, llegó a considerarlo movilizable para funciones de retaguardia, ya que su edad lo eximía del combate.

A pesar de haber generado algún entusiasmo inicial, el rechazo del impuesto a la sangre –para usar la contundente metáfora francesa sobre el servicio militar obligatorio– fue elevado, mucho más que en Europa, y creció en los últimos años del conflicto. El repudio de la guerra se manifestó en todas las categorías previstas por las leyes militares: los omitidos en la listas de reclutamiento, que no concurrieron a registrarse; los amparados en razones médicas y quienes habían cursado pedidos de prórroga, cuya elevada incidencia sugiere, en ambos casos, la existencia de fraude para evadir la movilización; los insumisos, que desobedecieron abiertamente la convocatoria y que confiaron en futuras amnistías (efectivamente promulgadas después de la guerra), y los desertores que, en un regreso temporario al país, decidieron no volver al frente.

Aunque inexactas, las cifras de movilizados suministran una base imprescindible para elaborar hipótesis sobre las consecuencias de la guerra en cada comunidad. Esas consecuencias incluyeron medidas de presión sobre los convocados, entre ellas, cesantías de empleados que se negaban a combatir, práctica bien documentada para las compañías británicas y francesas de ferrocarril y para las instituciones comunitarias como hospitales, círculos, sociedades de beneficencia y otras, tanto italianas como francesas. En la misma línea se encontraban las presiones de las oficinas consulares, que forzaron la renuncia de dirigentes comunitarios en puestos clave por tener hijos que no habían viajado a combatir, como sucedió en la Cámara de Comercio Francesa. Los pedidos de moderación de esa política intransigente por parte de las instituciones comunitarias francesas, frecuentes hasta la década del 30, sugieren que Francia fue más lejos que otros países en la aplicación de la ley militar.

Se puede suponer que quienes regresaron a luchar habrían formado parte, en mayor proporción que los que no lo hicieron, del núcleo étnico de la comunidad. Así lo sugiere el lugar de origen de los muertos franco-argentinos que, en su gran mayoría, provinieron de Buenos Aires y Rosario, sedes de las más importantes instituciones comunitarias, y de ciudades pequeñas en las que la alta cohesión de la comunidad debió favorecer la movilización. Las presiones consulares debieron ser más efectivas sobre los individuos que, por su pertenencia al entramado comunitario, resultaban más visibles a sus pares, lo que explica también las frecuentes denuncias anónimas sobre infractores que recibían los agregados militares.

Carlos Gardel o Charles Romuald Gardès (1890-1935), el más famoso de los insoumis de la Argentina o infractores de la ley francesa de servicio militar, nacido en Toulouse en 1890. Caricatura aparecida en Caras y Caretas. La convocatoria a las armas llegó a sus familiares en Francia. Para evadirla recurrió a sus contactos con la policía y los políticos y obtuvo un falso certificado de nacimiento en Uruguay (en 1887), con el que también quedaba a salvo de las obligaciones militares argentinas.
Carlos Gardel o Charles Romuald Gardès (1890-1935), el más famoso de los insoumis de la Argentina o infractores de la ley francesa de servicio militar, nacido en Toulouse en 1890. Caricatura aparecida en Caras y Caretas. La convocatoria a las armas llegó a sus familiares en Francia. Para evadirla recurrió a sus contactos con la policía y los políticos y obtuvo un falso certificado de nacimiento en Uruguay (en 1887), con el que también quedaba a salvo de las obligaciones militares argentinas.

Otra hipótesis, de carácter cultural, remite a la influencia del sentimiento patriótico en la masa migratoria, mucho más elevado en británicos y franceses que en italianos (en los que eran fuertes las lealtades regionales). Ese sentimiento incluía la adhesión a los valores generales de la cultura de origen, muy alta en británicos y franceses en razón de su elevada alfabetización premigratoria, pero también comprendía la retórica nacionalista que, desde los años previos al conflicto, justificaba la guerra, retórica que fue potenciada a partir de 1914 por las febriles campañas de propaganda y por el monopolio de las agencias aliadas de información, como la francesa Habas y la inglesa Reuter. La obsesión francesa por las ‘hijas perdidas’ (metáfora de Alsacia y Lorena, anexadas por Alemania tras la guerra franco-prusiana de 1870) y el irredentismo italiano (orientado a la recuperación de Trentino y Trieste) constituyen ejemplos paradigmáticos en ese sentido. Esos discursos y otros mecanismos culturales contribuyeron al decisivo paso del patriotismo tradicional al nacionalismo agresivo de la Gran Guerra, y estuvieron hasta cierto punto presentes en las comunidades migratorias del Río de la Plata.

Por último, e íntimamente vinculadas con la anterior, se destacan las hipótesis que centran su atención en la intensidad de la integración de los grupos migratorios Mientras los italianos se asimilaron con mayor facilidad por su condición de grupo mayoritario y su menor distancia cultural con dicha sociedad, los británicos fueron un caso ejemplar de resistencia a la asimilación, debido en parte a su mayor poder económico, a sus distancias culturales, idiomáticas y religiosas con la población local y al notable desarrollo de sus escuelas étnicas y religiosas. Este análisis no parece aplicable a los franceses de la primera generación cuya respuesta a la movilización fue comparativamente alta a pesar de ser un grupo altamente integrado a la sociedad local en prácticamente todas las variables que la miden, entre ellas el predominio de matrimonios mixtos y el éxito económico. Por ello se puede suponer que factores culturales como el patriotismo y la socialización en una cultura de guerra antes de la conflagración tuvieron en ellos un peso importante.

La alta integración en la sociedad argentina de los hijos de franceses e italianos principalmente por la escuela pública parece buena explicación, en cambio, de la casi nula respuesta de la segunda generación en ambos casos, a diferencia con los anglo-argentinos que, en su mayoría, se habían educado en escuelas de la comunidad.

Voluntarios: le jour de gloire est arrivé

La guerra movilizó también a cientos de voluntarios. Aunque muchos concitaron la atención de sus contemporáneos, la estimación de su número resulta igualmente problemática ya que los expedientes individuales de los soldados no se encuentran ordenados en los archivos militares europeos. La situación afecta también a los que se enrolaron en unidades especiales de voluntarios, como la célebre Legión Extranjera francesa. El problema es aún mayor en el ejército británico en el que, por regla general, los voluntarios no se incorporaban a unidades especiales sino al ejército regular. Las frecuentes y prolongadas estadías de la clase alta argentina en París y Biarritz y el hecho de que los combates –escenario principal de los corresponsales de guerra argentinos como el escritor Roberto Payró y el coronel germanófilo Emilio Kinkelin– ocurrieron en suelo francés y belga hacen que conozcamos más a los voluntarios argentinos incorporados al ejército francés que al inglés.

El sargento Pierre Delcros, del 171º regimiento de infantería, nació en 1892 en la Argentina y murió por heridas de guerra el 5 de mayo de 1917. La partida de defunción proviene del monumental registro Morts pour la France, que incluye a 1.300.000 nombres y posibilita acercarse indirectamente a la movilización de la comunidad franco-argentina. La fuente, sin embargo, impide distinguir entre quienes viajaron expresamente desde la Argentina de los que residían en Europa desde antes de la guerra. El lugar de reclutamiento –en este caso, Rodez, una ciudad del sur de Francia– no es necesariamente un indicador de lo segundo.
El sargento Pierre Delcros, del 171º regimiento de infantería, nació en 1892 en la Argentina y murió por heridas de guerra el 5 de mayo de 1917. La partida de defunción proviene del monumental registro Morts pour la France, que incluye a 1.300.000 nombres y posibilita acercarse indirectamente a la movilización de la comunidad franco-argentina. La fuente, sin embargo, impide distinguir entre quienes viajaron expresamente desde la Argentina de los que residían en Europa desde antes de la guerra. El lugar de reclutamiento –en este caso, Rodez, una ciudad del sur de Francia– no es necesariamente un indicador de lo segundo.

Según Federico Lorenz, unos 1500 voluntarios (argentinos y de otras nacionalidades) viajaron desde la Argentina para enrolarse en el ejército inglés y, en menor medida, en la Legión Extranjera. Otras estimaciones, como la de Manuel Rodríguez, sugieren una cifra más cercana a los 2000 voluntarios latinoamericanos en el ejército francés. Más allá de las imprecisiones, no existen dudas de que los argentinos, seguidos de lejos por los brasileños, fueron el grupo más numeroso de latinoamericanos.

La afluencia de voluntarios fue mucho mayor en el primer año de la guerra, debido al entusiasmo inicial provocado por esta, que todos los estados mayores imaginaron de muy corta duración. También influyó en la afluencia de los comienzos la adhesión de aquellos a quienes el conflicto sorprendió viajando o residiendo en Europa y la de extranjeros de países neutrales, entre los que se destacaban los italianos antes de la entrada en guerra de ese país en 1915.

Compensa la pobreza estadística una notable abundancia de historias individuales, conocidas ya sea por la fuerza de un trágico final, por la trayectoria posterior de algunos excombatientes, o por la elevada posición socioeconómica y cultural de muchos voluntarios. Más allá de su heterogeneidad, los testimonios de la época permiten distinguir tres grupos de voluntarios salidos de la Argentina. En primer lugar, los ciudadanos de países beligerantes que se enrolaron a pesar de no haber sido convocados individualmente. El segundo grupo, sin duda más numeroso, fue el de los ciudadanos de países neutrales, en particular, españoles durante toda la guerra e italianos hasta 1915, pero también personas cuyas respectivas patrias de origen se encontraban sometidas por el Imperio Otomano, como los armenios que se enrolaron en el bando aliado. En este grupo se puede incluir a quienes formaron la Legión Judía. Un tercer grupo, de mayor visibilidad en la prensa, estuvo formado por argentinos nativos –provenientes en muchos casos de sectores sociales altos– que se movilizaron más por causas ideológicas que por pertenencia nacional. Entre ellos se destacaron los médicos (como el cirujano Pedro Chutro, condecorado con la Legión de Honor) y enfermeros, en cuya actividad la influencia francesa era entonces muy importante. También integraron el grupo intelectuales, estudiantes, telegrafistas y militares con conocimientos técnicos específicos, en particular aviadores. Uno de estos fue el ingeniero riojano Vicente Almandos Almonacid, el ‘cóndor de Famatina’, cuyos notables servicios en combate lo hicieron acreedor de múltiples condecoraciones, como la Cruz de Guerra, la Medalla Militar y la Legión de Honor. Dado que la Gran Guerra eliminó la distinción entre frente y retaguardia, en el dramático sentido de que los civiles pasaron a ser también objetivo militar, no quedó excluida la contribución voluntaria de mujeres, sobre todo como enfermeras, por ejemplo, Mónica Torromé, viuda del general Lucio V Mansilla, que residía en Francia y se desempeñó en un hospital auxiliar de la Cruz Roja en París. Desde luego, no todos los voluntarios provenían de sectores sociales altos, ya que hubo también combatientes de orígenes más modestos, cuyas historias resultan más difíciles de reconstituir.

Un segundo criterio de clasificación de los voluntarios remite menos a sus perfiles sociales que a los motivos para combatir, aunque ambos aspectos estaban relacionados. Esos motivos pueden ser descubiertos en la prensa, por ejemplo en la sección ‘Argentinos en la Guerra’ inaugurada por la revista Caras y Caretas en 1914, o su homónima en el diario La Nación. También aparecen, en las solicitudes de alistamiento enviadas a la Legión Extranjera, registros que deben ser analizados con precaución, ya que los argumentos de los protagonistas tienden a adherir a fórmulas propias de la época o a ocultar las razones subyacentes.

Velatorio simbólico de Edouard Amortou en la Union Française, Société de Secours Mutuels de Santa Fe, 1918. Archivo de la Compañía Francesa de Ferrocarriles de Santa Fe, gentileza Ediciones de la Antorcha.Velatorio simbólico de Edouard Amortou en la Union Française, Société de Secours Mutuels de Santa Fe, 1918. Archivo de la Compañía Francesa de Ferrocarriles de Santa Fe, gentileza Ediciones de la Antorcha.

Las razones declaradas por los combatientes recorren un arco que va desde la necesidad económica y de aventura personal hasta la –sin duda mayoritaria– adhesión a la causa de los aliados, tributaria a su vez de argumentos del tipo de salvar a Francia, la Atenas de los tiempos modernos y cuna de la civilización democrática, una imagen favorita de la francofilia latinoamericana. En la misma clave, pero enfatizando los defectos del enemigo, se encontraba la necesidad de poner freno al despotismo y al militarismo alemán, ejemplificado por el martirio del pueblo belga, tema ampliamente explotado por la propaganda. Las argumentaciones podían ser puramente abstractas –adhesión a los valores de la civilización francesa– o incluir consideraciones concretas sobre la naturaleza del mundo que emergería de la guerra y, sobre todo, de los riesgos de una Latinoamérica bajo control germano.

Una vez más, sabemos muy poco de los voluntarios latinoamericanos que se enrolaron en el ejército alemán y lucharon a favor de las potencias centrales, como los venezolanos o el teniente coronel argentino Basilio Pertiné (1879-1963), futuro ministro de Guerra en 1936-1937. Aunque necesarios, es muy probable que nuevos estudios no afecten la imagen de predominio aliadófilo que se tiene de los voluntarios salidos de la Argentina.

Consideraciones finales

A pesar de la lejanía del frente de guerra y de su contribución estadísticamente marginal al conflicto, miles de habitantes de la Argentina se vieron afectados por la movilización militar. El hecho de que las autoridades europeas carecieran de medios coercitivos para obligar a sus ciudadanos en el exterior a combatir ilustra los límites de la aplicación extraterritorial de las leyes y, por la misma razón, la debilidad de la distinción entre combatientes voluntarios y movilizados, ya que en los últimos la decisión personal tuvo un peso importante. La movilización no solo afectó hondamente a quienes aceptaron el impuesto de sangre sino también a aquellos que, al rechazarlo, rompieron con el marco jurídico y cultural de la patria de origen. El dramatismo de esa decisión fue desde luego mayor en quienes habían nacido en suelo europeo que en sus hijos argentinos pero en ambos casos se extendió a un mucho más amplio universo familiar y de relaciones.

Tras la guerra, las comunidades migratorias honraron a los combatientes con placas y monumentos, como el inaugurado en el patio del Hospital Francés en 1923. Con el tiempo se agregaron los nombres de los caídos en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), que fueron muchos menos.
Tras la guerra, las comunidades migratorias honraron a los combatientes con placas y monumentos, como el inaugurado en el patio del Hospital Francés en 1923. Con el tiempo se agregaron los nombres de los caídos en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), que fueron muchos menos.

La Gran Guerra constituye, en suma, un prisma privilegiado que permite iluminar aspectos clave de la historia argentina. En primer lugar, las tensiones producidas en las instituciones de las comunidades migratorias, las que salieron profundamente modificadas de la conflagración. La revitalización del tejido institucional condujo, después de la guerra, a la creación de asociaciones de ex combatientes como la Union Française des Anciens Combattants, los Reduci Italiani della Guerra Europea o Der Stahlhelm, retoño local de una organización paramilitar creada en la Alemania de la República de Weimar. Ese florecimiento institucional resultó contrapesado por tensiones con las autoridades consulares y empañado por disputas entre quienes aceptaron y quienes rechazaron el impuesto de sangre. Por otro lado, el aumento del prestigio del bando aliado en las elites políticas e intelectuales argentinas y los drásticos cambios que experimentaron los flujos migratorios tras la conflagración hicieron del período 1914-1918 un claro punto de inflexión en la historia de algunas comunidades de la Argentina, como la británica, la francesa y la alemana.

La existencia de voluntarios que fueron a la guerra por razones propiamente ideológicas ilustra la alta repercusión política y cultural que esta tuvo en la sociedad argentina. Ello sugiere la necesidad de hacer análisis comparativos con otros conflictos en los que se vieron envueltas las comunidades migratorias del país, desde la guerra franco-prusiana de 1870 o la guerra de Cuba de 1898, entre España y los Estados Unidos, hasta la Segunda Guerra Mundial, la guerra de la independencia de Israel en 1948 y la de los Seis Días librada por ese país en 1967. Esa clase de análisis se podría extender a otras formas voluntarias de internacionalismo combatiente, desde las guerras de la independencia americana hasta la circulación de militantes revolucionarios por América Latina durante la década de 1970, pasando por la guerra civil española.

Lecturas Sugeridas

COMPAGNON O, 2011, Guerre mondiale et construction nationale. Argentins et Brésiliens face au suicide de l’Europe (1914-1939), Instituto de Historia Pierre Renouvin, Universidad de París I.

DEVOTO F, 2006, Historia de la inmigración italiana en la Argentina, Cámara de Comercio Italiana, Buenos Aires.

LORENZ F, 1998, ‘Voluntarios argentinos en la Gran Guerra’, Todo es Historia, 373, agosto.

OTERO H, 2009, La guerra en la sangre. Los franco-argentinos ante la Primera Guerra Mundial, Sudamericana, Buenos Aires.

RODRÍGUEZ M, 2010, Les engagés volontaires latino-américains pendant la Grande Guerre. Profils de volontaires, raisons de l’engagement et représentations du conflit, IEP, París.

TATO MI, 2011, ‘El llamado de la patria. Británicos e italianos residentes en la Argentina frente a la Primera Guerra Mundial’, Estudios Migratorios Latinoamericanos, 71, julio-diciembre.

Hernán Otero

Hernán Otero

Doctor en demografía y ciencias sociales, École des Hautes Études en Sciences Sociales, París. Profesor titular de la Facultad de Ciencias Humanas, UNCPBA. Investigador principal del Conicet. Director del IGEHCS, UNCPBA-Conicet, Tandil. [email protected]

Artículos relacionados