Fósiles porteños

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Desde mediados del siglo XIX, los paleontólogos buscan y encuentran restos fósiles de animales en la ciudad de Buenos Aires y sus inmediaciones. La ciudad nació hacia fines del siglo XVI ajustada a las prescripciones de la Corona española, contenidas en las Ordenanzas de la Población, que eran parte de las Leyes de Indias. Esas normas incluían, entre otras muchas disposiciones, que en la selección del emplazamiento y en el trazado de nuevos pueblos o ciudades se respetaran las condiciones topográficas y las cuencas fluviales, lo cual, hasta cierto punto, sucedió cuando en 1580 Juan de Garay fundó la Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre. Puede decirse que esas características se mantuvieron hasta la segunda mitad del siglo XIX, cuando la ‘Gran Aldea’ comenzó un acelerado crecimiento, el cual causó una alteración o por lo menos un ocultamiento de la topografía natural, incluidos el aplanamiento de desniveles y el entubado de arroyos. El proceso se incrementó en magnitud a partir de mediados del siglo XX y ocultó la riqueza paleontológica enterrada en el subsuelo, debajo de los pies de los porteños. Hoy se procura conservar esos fósiles, lo mismo que los restos arqueológicos de más de cuatro siglos de asentamiento urbano, que revelan facetas de la historia natural y cultural de la presente megalópolis. Este artículo se refiere a los fósiles, de los que se ocupan profesionalmente los autores.

¿DE QUÉ SE TRATA?
La geología y la paleontología ocultas por los edificios y los pavimentos de la ciudad de Buenos Aires.

Fósiles de gliptodonte aparecidos en un predio baldío. Fotografía sin fecha, AGN.

Yacimientos de tosca, clima subtropical y megamamíferos

Los sedimentos más antiguos que afloran en Buenos Aires datan de hace más de un millón de años (Ma) y pertenecen al Pleistoceno, una época del tiempo geológico que se extiende entre hace unos 2,59Ma y aproximadamente 10.000 años antes del presente. Entre esos sedimentos está la tosca, principalmente compuesta por carbonato de calcio endurecido. Así, entre la Casa Rosada, construida donde estuvo el fuerte, y la actual plaza San Martín, en la costa del río se extendían amplias zonas fangosas interrumpidas por promontorios o lenguas de tosca, lo que formaba piletas naturales a las cuales era habitual que concurrieran lavanderas, como es conocido por difundidos grabados del temprano siglo XIX. Esas toscas eran ricas en fósiles y fueron visitadas de manera asidua por los naturalistas de dicho momento. Uno de los primeros investigadores en recorrerlas fue un ingeniero de minas francés devenido paleontólogo, Auguste Bravard (1803-1861), que en 1854 fue contratado por el presidente de la Confederación Argentina, Justo José de Urquiza (1801-1860), para que relevara los minerales y fósiles del país. Hoy ese tipo de formaciones se logran ver ocasionalmente en bajantes extraordinarias del río, por ejemplo, frente a la estación Anchorena del Tren de la Costa o en la reserva ecológica Costanera Sur.

Tales yacimientos de tosca datan de entre unos 980.000 y 780.000 años antes del presente, y albergan restos de animales que vivieron en un clima subtropical húmedo y en un medio con importantes procesos fluviales, posiblemente semejante al actual chaco húmedo, que podemos encontrar en el este de las provincias del Chaco y de Formosa. En el área bonaerense se han encontrado restos fósiles de lobitos de río (o nutrias), de jaguares, de un extinguido osito lavador o mapache gigante (Cyonasua merani), y los únicos conocidos del mayor pecarí que existió en estas tierras (Catagonus metropolitanus), un animal también extinguido que en vida alcanzaba unos 100kg. En 1957, excavaciones realizadas por el Ministerio Nacional de Obras Públicas en Palermo resultaron en el hallazgo de una nueva especie de tapir, hoy en día extinguida (Tapirus rioplatensis).

Cráneo fosilizado del oso pampeano Arctotherium angustidens que se conserva en en la colección particular Janeir Audé registrada según ley 25.743. Mide 34,5cm de largo y 21,5cm de ancho.

En estratos de tosca se ha dado asimismo con fósiles de varias especies de extinguidos megamamíferos pampeanos, que llegaron a pesar más de una tonelada, entre ellos el perezoso gigante (Megatherium sp.) de unos 6 metros de largo y más de 5 toneladas de peso, y el enorme oso pampeano (Arctotherium angustidens) que superaba los 3 metros de alto y pesaba casi 1800kg. Pero no todos los animales encontrados fueron gigantes: se rescataron también los restos de pequeñas lagartijas, sapos y aves, que convivieron con la megafauna, como lo atestigua el cráneo casi completo, hallado por Bravard (que se encuentra en el British Museum), de un loro extinguido (Cyanoliseus ensenadensis), pariente cercano del loro barranquero actual (Cyanoliseus patagonus).

Mares porteños

El citado Bravard hizo un descubrimiento de gran interés hacia 1857. Recorriendo las barrancas del río de la Plata a la altura del entonces pueblo y presente barrio de Belgrano, encontró en donde hoy corre la calle Arcos y a varios metros por sobre el nivel del río una capa de unos seis metros de espesor con caracoles marinos. Describió unas 36 especies de moluscos del mar que inundó la ciudad hace unos 100.000 años, conocido como ingresión o mar Belgranense. Era de aguas bastante más cálidas que las de las actuales costas bonaerenses. La mayor cantidad de valvas fósiles de ese yacimiento correspondió a la especie Crassostrea rizophorae, u ostra de manglar, de hasta 14cm de longitud, que hoy solo se encuentra en los cálidos mares caribeños y vive adherida a las raíces de los manglares del trópico americano.

Interpretación del aspecto que habría tenido el oso pampeano Arctotherium angustidens. Parado en sus patas traseras habría superado los 3 metros de alto y pesado unos 1800kg

En la actualidad la mayoría de los fósiles del mar belgranense que quedaron en tierra firme están ocultos bajo el asfalto o tapados por los escombros de edificios demolidos, pero otros están en estratos que quedaron bajo las aguas del río, el cual cada tanto arranca materiales de algunos de ellos y los deposita en la costa. Se han encontrado improntas de antiguos caracoles entre los escombros usados como relleno en la reserva ecológica Costanera Sur, y en la barranca que desciende la calle La Pampa a partir de Arribeños el equipo del Centro de Interpretación de Arqueología y Paleontología –que integra uno de los autores– rescató rocas formadas casi íntegramente por bivalvos, entre ellos Erodona mactroides, un molusco que hoy habita aguas del estuario del Plata y es la especie más representativa de los estratos del antiguo mar mencionado.

La ingresión marina belgranense no fue la única que aconteció en el área de Buenos Aires. Perforaciones a gran profundidad practicadas en la ciudad muestran que hace entre unos 9 y 6Ma, otra ingresión, conocida como paranaense, inundó unas tres cuartas partes del territorio que hoy ocupa la Argentina y se extendió hasta el Amazonas. En la región pampeana, las sierras de Ventania y Tandilia habrían quedado expuestas como grandes islotes de ese mar, que se habría originado por movimientos de la corteza terrestre y cuya profundidad apenas habría alcanzado unos 100m. Sedimentos de esa transgresión marina también afloran en otras regiones del país, como las barrancas del Paraná y la Patagonia.

La más reciente inundación

Hace entre unos 8000 y 6000 años, esta región de Sudamérica sufrió la más reciente incursión marina, conocida como querandinense. El mar invadió gran parte de la provincia de Buenos Aires y depositó enormes cantidades de conchillas, que suelen verse a lo largo de la ruta provincial 11 en viaje hacia las playas atlánticas. Ello ocurrió en un período de clima relativamente cálido, en el que el agua de deshielo de los casquetes polares aumentaba el nivel de los océanos. Transformó el estuario del Plata en un golfo marino y excavó las barrancas naturales de la ciudad. Sus depósitos de conchilla aparecen ocasionalmente cuando se practican excavaciones de poca profundidad. Así, en 1893 el primer director del zoológico porteño, el naturalista y escritor Eduardo L Holmberg (1852-1937), encontró restos depositados por este mar, incluyendo el fémur de un lobo marino, durante excavaciones para crear las piletas destinadas a yacarés. En 2014 se hallaron en la reserva ecológica Costanera Sur restos de un coral (Oculina patagonica) que habitó esas aguas hace miles de años y que hoy existe frente a las costas sudamericanas.

El mar querandinense es geológicamente tan reciente que todavía no es raro advertir la presencia de ballenas o delfines nadando o varados en el Río de la Plata y en el Paraná. Incluso, en el siglo XIX se vieron grupos de toninas nadando en el Uruguay frente a Gualeguaychú. Algunos investigadores interpretan que los cetáceos modernos, al seguir rutas migratorias recorridas por sus ancestros por milenios, podrían haberse aventurado estuario arriba confundidos y, en aguas hostiles, terminen varados. El hecho de que esta conducta se haya observado en más de quince especies de cetáceos sería evidencia sustentadora de esta hipótesis.

La fauna prehistórica porteña

Los terrenos sobre los que se emplaza la ciudad de Buenos Aires tienen una larga y variada historia geológica. Como parte de ella, las toscas ribereñas se depositaron durante tiempos de clima mayormente cálido y húmedo. Por encima de ellas, es decir, de fecha más tardía, existen sedimentos arenosos de color rojizo, que aparecen en cualquier excavación más o menos profunda. Pertenecen a capas que datan de hace entre 700 y 130.000 años, cuando imperaba un clima más frío, árido a semiárido, similar al presente de la Patagonia.

Arriba. Interpretación del aspecto que habría tenido el armadillo acorazado gigante Glyptodon reticulatus, descripto en 1845 por el paleontólogo inglés Richard Owen (1804-1892). Podría haber medido unos 3m de largo, 1,5m de alto y pesado hasta 2 toneladas. Abajo. Interpretación del aspecto que habría tenido el perezoso gigante Megatherium americanum, de unos 6m de largo y más de 5000kg de peso. Fue encontrado por primera vez en 1788, a orillas del río Luján y enviado a Madrid, donde fue identificado por Georges Cuvier (1769-1832), considerado padre de la paleontología. Arriba. Interpretación del aspecto que habría tenido el tigre dientes de sable Smilodon populator, uno de los mayores felinos de los que se tiene noticias. Se estima que pudo pesar hasta unos 400kg y rondar la altura de 120cm. Abajo. Interpretación del aspecto que habría tenido el mastodonte Notiomastodon platensis, un proboscídeo de las pampas pariente de los actuales elefantes. Se ha estimado que habría medido alrededor de 2,5m de alto en las ancas y pesado unas 7,5 toneladas.

En estos sedimentos también aparecen integrantes de la mencionada megafauna, en especial, gliptodontes (Glyptodon reticulatus), unos armadillos acorazados gigantes cuyos restos son muy comunes en la región pampeana, al punto de que no es extraño hallar placas óseas de sus caparazones, con su característica forma de roseta, en las playas atlánticas, arrojadas allí por el mar. Los gliptodontes más grandes rondaban los 3 metros de longitud y se acercaban a las 2 toneladas de peso. Se encontraron caparazones de gliptodontes en la excavación de los túneles de los trenes subterráneos, algunos de los cuales se exhiben en las estaciones Juramento (línea D) y Triunvirato (línea B). También aparecieron en la excavación de la actual Biblioteca Nacional, comenzada a edificar en 1971. El proyectista principal del edificio, Clorindo Testa (1923-2013), comentó en 1992, al ser inaugurada la obra y no sin un toque de ironía: ‘Un gliptodonte reemplaza a otro’.

Otros megamamíferos pampeanos de aparición frecuente en forma de fósiles son los perezosos terrestres, como el mencionado megaterio (Megatherium sp.). Sus parientes más cercanos son los perezosos arborícolas de movimientos extremadamente lentos que hoy habitan colgados de las ramas en bosques y selvas de América Central y del Sur. Los antiguos perezosos de las pampas medían más de 2m de longitud y superaban 500kg de peso. Sus movimientos eran relativamente ágiles y tenían la capacidad de desplazarse sobre sus patas traseras. Cubría su cuerpo una piel peluda, en algunos casos protegida por una suerte de armadura móvil compuesta por innumerable cantidad de pequeños huesillos. En 2009, se encontró en Floresta el húmero de un ejemplar juvenil de celidoterio (Scelidotherium leptochephalum), otro género de perezoso gigante. En 2015 se hallaron una tibia de milodonte (Mylodon darwini) en Puerto Madero, los restos de otro perezoso que aparecieron al edificar un hotel en la calle Montevideo 937, y los de un tercero en Defensa 1136, en San Telmo.

En julio de 1931, en obras de ampliación de la terminal Alem de la línea B de subterráneos, se dio con lo que parecía un gigantesco colmillo, que el biólogo y paleontólogo Martín Doello-Jurado (1884-1948), entonces director del MACN, identificó como la defensa de un mastodonte (Notiomastodon platensis), es decir, de otro megamamífero de las pampas, pariente de los elefantes. Al igual que estos, los mastodontes portaban dos enormes dientes incisivos conocidos como defensas (y erróneamente llamados colmillos); eran más robustos que sus parientes modernos: alcanzaban unos 2,5m de altura en las ancas y unos 7,5 toneladas de peso. Actualmente en el MACN se exhiben la defensa y otros restos óseos de este mastodonte.

Cuando a comienzos de la década de 1930 se construyó un nuevo mercado de abasto en la avenida Corrientes (hoy convertido en centro comercial), la necesaria excavación de unos 115m de largo y 16m de profundidad sacó a la luz considerable cantidad de fósiles, identificados por el paleontólogo autodidacta Carlos Rusconi (1898-1969), quien supervisó su remoción y los atribuyó a 21 individuos de unas 9 especies de mamíferos fósiles, entre ellos macrauquenias, mamíferos que recuerdan a los camélidos (Macrauchenia patachonica), con una probóscide semejante a la del tapir actual; mesoterios (Mesotherium cristatum), ungulados con aspecto de carpincho; gliptodontes y perezosos terrestres. Rusconi constató, además, la existencia de una capa de cenizas volcánicas de unos dos centímetros de espesor, evidencia de erupciones volcánicas que hace miles de años habrían afectado la región donde está la ciudad de Buenos Aires.

En torno al final del Pleistoceno y los comienzos de la época geológica actual, el Holoceno, es decir, entre hace unos 12.000 y 8000 años antes del presente, se produjo la extinción de casi todos los grandes herbívoros y sus predadores, entre los cuales el carnívoro más notorio era el tigre dientes de sable (Smilodon populator). Si bien esa desaparición se extendió a todo el planeta, en América del Sur fue particularmente marcada y afectó a unas cincuenta especies de mamíferos gigantes.

Trabajo de laboratorio sobre las vértebras de un perezoso halladas en la excavación preparatoria para construir un edificio en la calle Montevideo 937, Buenos Aires.

Durante los últimos cinco millones de años hubo importantes cambios climáticos que, como es predecible, afectaron el ambiente y a las comunidades animales. Fueron más pronunciados a fines del Pleistoceno, cuando acaeció un incremento de las temperaturas que ocasionó la reducción de las áreas cubiertas por glaciares. El derretimiento de los hielos produjo un aumento del nivel del mar, cuyas aguas inundaron vastas zonas continentales, entre ellas las cubiertas por el mencionado mar querandinense. Estos cambios seguramente afectaron a grandes mamíferos sudamericanos, adaptados a los anteriores ambientes gélidos y áridos.

Un factor más que podría haber sido el golpe de gracia para estos herbívoros es la aparición, hace por lo menos unos 15.000 años, del ser humano en el continente sudamericano. Sabemos que mamíferos como megaterios, gliptodontes de gran tamaño llamados doedícuros (Doedicurus clavicaudatus) y milodontes fueron cazados por grupos humanos. Aunque quizá esto no haya sido el factor desencadenante de la extinción de una fauna que habían evolucionado en región durante unos cinco millones de años, es probable que haya contribuido a ella.

En suma, dado que el territorio sobre el que se encuentra la ciudad de Buenos Aires ha sido el teatro de innumerables cambios geológicos, biológicos y ambientales ocurridos a lo largo de millones de años, entre ellos cambios climáticos, inundaciones por ingresiones o entradas del mar, vulcanismo y extinciones faunísticas, cuando caminamos por una calle, lo hacemos sobre parte de la historia de nuestro planeta.

Los dibujos interpretativos fueron realizados por Gabriel Lio.

Lecturas sugeridas

AGNOLIN F, LUCERO S y PADULA H, 2018, ‘Un lobo marino del Holoceno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires’, Urbania. Revista latinoamericana de arqueología e historia de las ciudades, 7: 69-76.

NABEL PE y PEREYRA FX, 2002, El paisaje natural bajo las calles de Buenos Aires, Museo Argentino de Ciencias Naturales Bernardino Rivadavia, Buenos Aires.

RUSCONI C, 1937, ‘Contribución al conocimiento de la geología de la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, y referencia de su fauna’, Actas de la Academia Nacional de Ciencias, X, 3a y 4a.

SOIBELZON E et al., 2008, ‘Análisis faunístico de vertebrados de las toscas del Río de la Plata: un yacimiento paleontológico en desaparición’, Revista del Museo Argentino de Ciencias Naturales, 10: 291-308.

Doctor en ciencias naturales, UNLP. Investigador adjunto en el MACN, Conicet. Integrante de la Fundación de Historia Natural Félix de Azara

Licenciado en ciencias biológicas, UBA.
Centro de Interpretación de Arqueología y Paleontología, CABA.

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