La ciencia durante el confinamiento

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La ciencia durante el confinamiento

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Las catástrofes dejan consecuencias. Nos estamos refiriendo a aquellas que, naturales o causadas por el hombre, una vez ocurridas afectan el desarrollo de la actividad científica. Depende del área afectada si sus consecuencias resultan de poco impacto, como lo fue el desastre de Fukushima en 2011 que modificó poco la producción científica de Japón y mucho menos la mundial, o, como ejemplo contrario, el de la gripe española de 1918 que provocó un aumento excepcional de los estudios mundiales de virosis, especialmente arrastrados (¿impulsados?) por los países que la sufrieron. Otro ejemplo en esta dirección fue la Segunda Guerra Mundial que, una vez finalizada, aumentó considerablemente la inversión en física e ingeniería, campos que mantuvieron su ímpetu en las siguientes décadas de paz.

La actual pandemia de COVID-19 tiene un alcance prácticamente planetario y ya ha generado un impacto grande en la actividad científica mundial –y en la de nuestro país, por supuesto–. Lo que dejará en términos de ciencia está aún por verse claramente, aunque el tiempo transcurrido desde su repentina aparición en diciembre de 2019, hace casi un año al momento de escribirse este editorial, permite ver algunos impactos primarios.

Varios efectos observados son los que se anticipan cuando se entra en aislamiento o su versión más moderada, el distanciamiento social forzoso. Al decretarse aislamientos sorpresivos, decididos en horas, se detiene toda experimentación en curso, lo que implica la pérdida de los desarrollos activos al momento del cierre. Los laboratorios de biología, medicina –muchos de ellos con bioterios–, física, química, geología, por mencionar solo algunos, con líneas funcionando en forma continua, deben interrumpir bruscamente su actividad. Las ciencias de carácter experimental y las que necesitan salir al campo para obtener datos para su trabajo son las que más sufren este proceso y, no es aventurado anticipar, las que más van a tardar en recuperarse.

El circuito de financiamiento de la ciencia, sea privado o estatal, se ve también bruscamente alterado. Aquellos proyectos que se encontraban iniciados al momento de estallar la pandemia no pueden continuar, lo que les impide cumplir con el cronograma comprometido; consecuentemente, se afecta el avance y pertinente informe de resultados y publicación. En la mayoría de los casos no se trata solamente del retraso ocasional, sino que implica en ciertos tipos de experimentación directamente empezar de nuevo. Muchos llamados a subsidios se cancelaron o retrasaron, ya que los entes financiadores consideraron que no se podría trabajar en tiempo y forma con el llamado tradicional, y el movimiento de científicos, posdoctorados y becarios entre países se detiene también afectando a los involucrados y sus proyectos. Hubo casos de estudiantes extranjeros en la Argentina arribados durante el verano que se encontraron en una precaria situación migratoria ya que la Dirección Nacional de Migraciones detuvo sus operaciones en marzo de este año. O el de estudiantes/investigadores argentinos con posiciones en el exterior otorgadas que, al cerrarse los vuelos internacionales, pierden el empleo que tenían planeado y los ingresos con los que contaban.

La adaptación es diferente según el nivel de avance en la carrera científica: los investigadores ya formados pueden transformar la vida en el laboratorio en la vida en casa, y sus ocupaciones clásicas –escritura de artículos científicos, corrección de tesis, dictado de clases– se transportan al hogar con todas las limitaciones del caso. Pero cuando hablamos de investigadores jóvenes, posdoctorales o doctorales, cuyo avance está fuertemente ligado al trabajo manual, sea en el laboratorio o en el campo, ven hoy afectadas sus carreras y enfrentan incertidumbres para el futuro cercano. El Conicet, teniendo esto en cuenta, posibilitó la extensión de las becas doctorales a un año adicional para aquellos becarios que se encuentran en el tercer año o más, y las posdoctorales con finalización este año fueron extendidas hasta julio; posteriormente, se otorgarán nuevas prórrogas a quienes se postulen a la carrera de investigador. En tanto, los informes de los investigadores se mantienen, pero podemos preguntarnos cómo serán evaluados después de un año de circunstancias totalmente imprevisibles. Una consecuencia inmediata es cómo solucionar el tema del pedido de financiamiento sin datos preliminares.

En las universidades, los investigadores tienen, además, tareas docentes. Se ha observado, tanto en la Argentina como en el mundo, un notable aumento del número de estudiantes en cursos de grado y posgrado. El tiempo vedado de experimentación o campo se convierte en tiempo dedicado a la formación, y el número de alumnos se incrementa; hay cursos de posgrado que vieron casi decuplicar su matrícula. Aumentaron también los accesos a cursos a distancia de nivel y las conferencias virtuales, muchas de ellas gratuitas.

El confinamiento ha exacerbado las diferencias de género en el ámbito científico. Según varios estudios a nivel social, las mujeres que ejercen la actividad se ven más afectadas, en términos de capacidad de producción, que sus contrapartes masculinas ya que la mayor parte del trabajo en el hogar continúa recayendo sobre ellas y la posibilidad de ayuda externa desapareció durante el confinamiento.

En cuanto a lo que pasará con el empleo científico, la situación es diferente y depende del país del que se trate. Aquellos países con educación universitaria solventada esencialmente por los estudiantes prevén una merma de su inscripción y ya hablan del efecto en los planteles docentes y de investigación. Australia adelantó que 7000 cargos universitarios asociados a investigación están en riesgo para el año que comenzó en septiembre, mientras que Alemania ya planeó una inversión de 17 billones de euros hasta 2030 en agencias de financiamiento de la investigación, con un incremento sustentado del 3% anual en el presupuesto. En la Argentina, la educación universitaria es pública y no debería afectar los cargos en la universidad; además, el Conicet ha hablado hasta ahora de recuperación de planta y no de disminución, aunque actualmente el salario de los investigadores ha alcanzado sus niveles históricos más bajos.

La producción de conocimiento también se vio afectada, como ya indicamos en el editorial del número 170. Ha habido un fuerte impulso al uso de los repositorios de preimpresos (preprints) en las ciencias biomédicas, que también se ve reflejado en una aceleración de los tiempos de aceptación de artículos en las revistas. La proporción de artículos científicos en el área de estudio de COVID es muy grande, y en cambio disminuye en áreas que hasta el año pasado pesaban mucho en la distribución porcentual, como era el caso de las neurociencias. Esto lleva a una pregunta: ¿aumentará el número de estudiantes dedicados a investigar en las ciencias biológicas, las médicas y las de biotecnología? Es temprano concluir qué ocurrirá, aunque la experiencia pasada indica que probablemente será ese el caso.

Especialistas de todas las áreas ya han comenzado a redireccionar su trabajo hacia los temas relacionados con la pandemia y sus consecuencias, la pospandemia. Y esto no se limita al campo de la biología, la medicina y la bioquímica. Físicos, químicos, informáticos, por mencionar solo algunos, ya se han volcado a producir conocimiento aplicado a esta situación. Las ciencias sociales, por otro lado, se encuentran en un momento de efervescencia en cuanto a aportar conocimiento al conjunto de problemas. La economía, el derecho y la sociología, por nombrar solo tres disciplinas, han visto sacudirse muchas de las bases que se consideraban muy sólidas, y por eso escasas en estudio, y están muy demandadas en lo que a respuestas frente a los cambios se refiere. La aparición de situaciones no exploradas, o totalmente nuevas, exige que estas sean interpretadas y analizadas para ser devueltas a la sociedad y que ella actúe frente al cambio.

Pero todo este cambio producto de una catástrofe terminará finalmente cediendo y las actividades cotidianas, así como las científicas, encontrarán un cauce nuevo de desarrollo. La pregunta es la siguiente: el reacomodamiento a circunstancias similares a las que precedieron a la pandemia ¿nos devolverá a como trabajábamos en 2019? ¿Qué cosas volverán a ser como eran y cuáles cambiarán a causa de esta catástrofe? ¿Veremos una nueva forma de hacer ciencia? Y, si es así, ¿cuán rápido nos adaptaremos? Una cosa puede afirmarse: para la ciencia 2020 será un año inolvidable.