Un cambio de gobierno y la llegada de nuevas autoridades públicas proporcionan siempre la oportunidad adecuada para revisar la marcha de las políticas estatales, corregir deficiencias y confirmar o alterar el rumbo en el que se está avanzando. En materia de políticas científicas y tecnológicas –que durante el gobierno anterior habían sufrido varias crisis y hacia el final del período, a partir del momento de la creación de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, adquirieron algún dinamismo– mucho se esperaba de las nuevas autoridades, ya que era necesario consolidar avances que gozaban de extenso respaldo en la comunidad académica pero, también, rectificar aspectos ampliamente controvertidos y, sobre todo, encarar acciones que habían quedado a medio hacer o sin iniciar. A más de seis meses de haber llegado la Alianza al poder, sin embargo, si hay algo en que prácticamente todo el mundo científico y tecnológico está de acuerdo es que esas esperanzas se han frustrado. En lo que parece un episodio paradigmático de la política vernácula, una nueva conducción tomó las riendas y pareció más preocupada en cuestionar el pasado inmediato que en construir el futuro.
Se podría decir que con la reciente dimisión del presidente del CONICET, Pablo Jacovkis, designado en enero de 2000 por las actuales autoridades, se ha cerrado ese tiempo inicial en el que la gente está dispuesta a dar crédito y tener confianza en un nuevo gobierno. A comienzos de julio, el nombrado dejó el cargo que ocupaba porque, como puso en el texto de la renuncia presentada al presidente De la Rúa, no ha existido ningún signo concreto de apoyo económico inmediato al sistema nacional de ciencia y tecnología. Señaló también que el presupuesto del CONICET para este año, de entrada insuficiente, se ha visto reducido aún más con el transcurso de los meses. Agregó que en este momento sería imprescindible dar un mensaje convincente a la comunidad científica y tecnológica, cuyo estado de ánimo es de profunda decepción y descreimiento. Indicó por último que sin el apoyo de los científicos y tecnólogos, las posibilidades de éxito de cualquier proyecto de desarrollo del país, por más ambicioso que sea, son sumamente escasas.
La partida del doctor Jacovkis no hizo sino acrecentar entre los investigadores la decepción y el descreimiento que aquel señaló en su renuncia. Su reemplazante, Andrés Carrasco, ha debido asumir las funciones presidenciales en una atmósfera de escepticismo y de desconfianza por parte de sus colegas, que seguramente le costará remontar. Esperamos que pueda tomar distancia de los innumerables intereses en juego y enfocar a los muy graves y complejos problemas del CONICET con una mirada fresca, que se apoye en las experiencias modernas del país y el extranjero, más que en el peso muerto del pasado.
Uno de los episodios que parecen haber precipitado la decisión de Jacovkis fue la publicación por parte del secretario de Tecnología, Ciencia e Innovación Productiva (SETCIP) de un documento titulado Programa para el financiamiento y organización del sistema de ciencia y técnica, del que se transcribe lo sustancial. El escrito esboza, en un estilo cuasi telegráfico, profundos cambios en el sistema oficial de ciencia y tecnología, pero carece del andamiaje de datos y de la complejidad y sutileza de razonamiento requeridos para fundamentar y defender tamañas reformas. Tampoco proporciona información sobre la manera de llevar a la práctica las medidas que propone ni da la impresión de haber aquilatado las dificultades que se presentarían, por lo que, en realidad, más que un plan o programa es un esquema preliminar. Muchas voces se han hecho oír como consecuencia de la publicación del Programa, la mayoría en actitud de temor por los efectos de las acciones imaginadas, de desacuerdo y aun de rechazo. De esas voces se destaca por su procedencia institucional la declaración del directorio del CONICET, aprobada, según sus firmantes, por un número considerable de investigadores. Se reproduce lo sustancial de esa declaración, para que el lector ajeno a las cuestiones en debate pueda apreciar los argumentos. La discusión versa sobre asuntos cruciales para el futuro de la ciencia en el país, que ciertamente no deberían abordarse de la manera simplista en que lo hace el Programa. Ciencia Hoy ha tratado repetidamente tales temas en sus editoriales: entre los más recientes, consulte el lector interesado los de los números 53 y 56.
Como se puede deducir de la lectura de los documentos transcriptos, se ha producido un grave enfrentamiento entre la autoridad política y una porción significativa y sin duda representativa de la comunidad científica del país. No es fácil que las relaciones puedan recomponerse y no ayuda que el clima del conflicto se esté caracterizando cada vez más por la intransigencia, la intolerancia y la arrogancia. Las cosas distan mucho de asemejarse a la esquemática caricatura que presenta el documento de la SETCIP, pero tampoco se las puede describir en los términos idílicos que resultan de ciertos pasajes de la argumentación del directorio del CONICET. Igual que sucede en muchos enfrentamientos, no se advierte que haya diálogo entre las partes sino monólogos que solo escuchan los partidarios de cada una. La maquinaria de la política partidista, enturbiando aún más las aguas, movilizó a agrupaciones estudiantiles notoriamente ajenas a los temas en debate, como si lo que estuviese en juego no fuese más que una porción del poder.
El gobierno no parece tener conciencia de la magnitud del daño que puede causar y, en consecuencia, se encamina a embarcarse en acciones cuyo efecto podría acabar siendo similar a los de las torpes acciones de las dictaduras castrenses. Es trágicamente irónico pensar que lo que no hicieron los bárbaros lo hicieron los Barberini: lo que no hicieron los dictadores militares lo podría hacer el gobierno democráticamente electo de la Alianza. El presidente De la Rúa, a pesar de su larga historia de prudencia y respeto por las instituciones, puede terminar en esta materia pasando a la historia junto con el patético dictador Onganía. Si no recapacita, el pronóstico del futuro de la ciencia en la Argentina no será optimista.